miércoles, 9 de marzo de 2011

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL FRONTÓN CINEMA, DE ZARAGOZA, EL DIA 26 DE ENERO DE 1936

  Os debo, camaradas –comenzó–, la rendición de cuentas de un proceso interior que nos planteaba un grave problema de conciencia: la proximidad de una lucha electoral. Nosotros no podemos desentendemos de esa lucha, porque la Falange, como todo movimiento que aspira a triunfar, no puede eludir los combates en ningún terreno; ha de ir ganando paso a paso todas las posiciones; tiene que encargarse de cubrir el camino sinuoso y salvar las alturas, y al final del camino, por una línea recta, llegar hasta el ideal. Hizo observar que la lucha electoral, igual que la vida española entera, se presenta partida en dos bandos: a un lado, las izquierdas; al otro, las derechas. Mostró cómo en el fondo de nuestras almas vibra una simpatía hacia muchas gentes de la izquierda, las cuales –dijo– han llegado al odio por el mismo camino que a nosotros nos ha conducido al amor mediante la crítica de una España mediocre, entristecida, miserable y melancólica. Pero los que constituyen el bloque electoral de izquierdas son los marxistas; mejor dicho, los que preconizan el pensamiento marxista con un sentido asiático, antiespañol antihumano, y así, en el manifiesto que publicaron, después de una serie de vaguedades en las soluciones, muestran adjetivos muy diferentes que, completados con declaraciones más o menos claras, nos anuncian un nuevo período de guerra civil. Es decir, quieren introducir otra vez en España a los hombres que acaben con la esperanza de su salvación; quieren introducir en España una nueva revolución que deje pequeña a la anterior, lo cual llevará el desasosiego otra vez a los hogares españoles. Esto es lo que representa el frente de izquierdas, y ante esas intenciones, nosotros nos alistaríamos en el Frente Nacional para luchar contra las amenazas de un peligro asiático, –contra las amenazas de una guerra interior.

  Cuando nos hemos acercado a lo que se llama Frente Nacional, hemos encontrado, en primer lugar, una falta completa de carácter nacional. En el llamado Frente Nacional no hay más que un miedo pavoroso; sus componentes temen por sus privilegios materiales, y, además, están presentes los radicales.

  En la última noche de las Cortes, que se disolvieron cuando ya clareaba la madrugada, cuando nuestra fatiga era grande, yo me levanté y dije:

  "He estudiado el expediente Nombela y encuentro una estafa al Estado Español de dos millones y tantas pesetas", que precisé hasta los céntimos, sin que me rebatiera nadie ni lo más mínimo. Les dije en esa madrugada el juicio que me merecía don Alejandro Lerroux, sentenciado por la opinión pública y por la moral, y que entonces íbamos a ver si las Cortes se sentían o no compatibles con el señor Lerroux. Bolas blancas y bolas negras fueron cayendo en las urnas para enjuiciar el pasado próximo de don Alejandro Lerroux; pero al echar las bolas en las urnas, las Cortes sentenciaron su propia muerte. Era don Alejandro Lerroux la ancianidad averiada a quien intentaron salvar, con un abrazo amoroso, las Cortes españolas de derechas.

  La Falange, toda abnegación y sacrificio, es para salvar a España, no para defender intereses materiales ni para cubrir conductas descalificadas.

  Los carteles están llenos de contras y abajos; contra esto, contra lo otro, contra lo de más allá; abajo esto, abajo lo otro. Este lenguaje no es el nuestro. Nosotros queremos menos contras, menos abajos; queremos más arribas; arriba la Patria; queremos el pan y la justicia de la Patria. Cuando hablamos de Patria, no hay en nuestra boca una bandera contrabandista más; ya sabéis para cuántas cosas se emplea el nombre de la Patria.

  Vosotros habitáis en una tierra que linda con otra donde brota la hierba del separatismo, la tierra hermana de Cataluña, la que nosotros queremos reintegrar a los destinos nacionales españoles. En presencia del proceso espiritual de Cataluña, que a muchos hizo alejarse del patriotismo por el camino atormentado del odio, la Falange hace saber que confía no en una unidad territorial o racial, sino en una gran unidad de destino. La labor de la Falange está en unir uno a uno todos los destinos de España. Pero a España hay que verla sobriamente, exactamente; mucho cuidado con invocar el nombre de España para defender unos cuantos negocios, como los intereses de los Bancos o los dividendos de las grandes Empresas.

  Nosotros buscamos una patria para España, y cuando la tengamos, España recobrará su política internacional, España tendrá una política que le aconseje en unos casos la paz, quizá –por desgracia– en otros la guerra, y en otros le aconseje ser neutral, pero nunca por imposición de una potencia extranjera, sino por la voluntad de España.

  Queremos el pan para los españoles. No temáis que nosotros unamos nuestra voz a los que en esta ocasión electoral gritan que se interesan muchísimo por el obrero y hasta le ofrecen algunos abriguitos de punto y algunas meriendas, no; nosotros no ofrecemos abriguitos de punto; nosotros ofrecemos estas camisas azules, estas camisas que pueden vestir los obreros sin renunciar a sus ímpetus revolucionarios. Nosotros lo decimos abiertamente: aspiramos a una estructura orgánica de las labores españolas; pero mientras a eso se llega, nosotros entendemos que los obreros hacen bien en seguir siendo revolucionarios. Hace dos años, cuando fui candidato por Cádiz, me pareció intolerable oír a unos obreros amaestrados decir que eran los verdaderos obreros de España. No queremos esquiroles; queremos obreros revolucionarios.

  Explica la situación de los obreros en la futura organización Económica que la Falange impondrá.

  Afirma que haremos la reforma agraria con todo el sentido revolucionario que sea preciso, y la fertilización de grandes extensiones de tierra adonde hay que hacer llegar el agua. Las tierras de España –dice– no pueden vivir decorosamente. Hay tierras españolas donde cada semilla da tres o cuatro, y de éstas hay que entregar una al usurero, y con las otras dos vivir el labrador en una miseria que pasa de padres a hijos.

  No se puede vivir como se vive en muchos pueblos españoles de tierra estéril, donde las gentes se tiene que refugiar en el interior de ella. Nosotros haremos carreteras, conducciones y depósitos de agua, para que esos españoles dejen su miseria y no tengan que meterse dentro de la tierra, como las sabandijas.

  Queremos la justicia, y dice que el Estado no es fuerte ni está seguro del vigor moral de su destino más que cuando es justo.

  Cuando nos acerquemos a la revolución nacional española no nos arredraremos ante ningún cabecilla privilegiado. Nosotros no somos partidarios de la crueldad. Nosotros no hubiéramos fusilado al sargento Vázquez ni a aquel pobre niño de diecinueve años, sino a ese Pérez Farrás y a otros que ya están en la calle.

  Pues para eso, para hacer una España única, grande y libre; una España que nos asegure la Patria, el pan y la justicia; para eso estamos aquí otra vez, aragoneses; para deciros que el peligro ha aumentado, que España se hunde, que la civilización cristiana se nos pierde. No para hacer lo que hacen los que ya en 1933 nos dijeron lo mismo e hicieron salir las monjas de sus conventos a votar, y ahora pronuncian los mismos gritos para pedirnos también el voto. Si España fuese un conjunto de cosas melancólicas, faltas de justicia y de aliento histórico, pediría que me extendieran la carta de ciudadano abisinio; yo no tendría nada que ver con esta España.

  Desde el puesto de más humildad, que es el puesto de jefe, prometió para la madrugada nupcial del NACIONAL SINDICALISMO una España única, grande y libre.

  ¡Arriba España!

(Arriba, núm. 30, 30 de enero de 1936)