jueves, 23 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD PATRIOTA Y FALANGISTA

QUE EL PRÓXIMO AÑO 2011 NOS TRAIGA EL PAN, LA PATRIA Y LA JUSTICIA


JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA
¡¡¡PRESENTE!!!

¡ARRIBA ESPAÑA!

miércoles, 22 de diciembre de 2010

MIENTRAS ESPAÑA DUERME LA SIESTA

  ¿Cuál habrá sido la impresión de cada uno de vosotros, camaradas estudiantes, al regresar a vuestras casas, acabado el curso? Durante muchos meses habéis vivido a diario la tensa existencia de la Falange; habéis llegado a entender la vida al través de una actitud completa, de un sentido total, aplicable a lo grande y a lo menudo; vuestra apostura se ha hecho al garbo de la camisa azul; habéis adquirido un vocabulario inconfundible. Y ahora volvéis a vuestras casas, en el campo, en la costa, en las pequeñas ciudades de provincia. Algunos hallaréis que el aliento de la Falange ha llegado hasta vuestras casas, y que en ellas vuestro lenguaje no disuena. Pero muchos, probablemente los más chocaréis con una cosa impalpable que os hará sentiros como forasteros en el contorno de vuestra infancia. Acaso habíais imaginado que, al compás de vuestro crecimiento interior, todo crecía por igual en todas partes. Y ahora, de pronto, descubrís que no, que todo sigue, allá, en los lugares nativos, tal como estaba antes que empezara para vosotros la gozosa iniciación de la Falange.

  Quizá los que no vacilasteis en las ocasiones de mayor peligro empecéis a desfallecer al encontramos solos, lejos de todo camarada, entre un ambiente escéptico, cuando no hostil. Os acometerá el desaliento de pensar que todo lo que hacemos es inútil contra la sordera pétrea de España. Y no es imposible que en alguno comience a abrir mella el argumento que con más profusión usará, de seguro, contra la terquedad de la Falange, la socarronería lugareña:

  –Eso del fascismo estaba bien en los tiempos de Azaña y los socialistas, cuando no se nos dejaba vivir. Pero ahora gobiernan las derechas y las cosas andan mucho mejor. Lo que necesitamos es paz, y ya vamos teniéndola.

  Paz y siesta. Eso es lo que apetecen, como programa máximo, las tres cuartas partes de esta España que ha renunciado a la guerra en la Constitución y que ha perdido, estragada, el regusto antiguo de lo heroico. Para esas tres cuartas partes de España, la línea de vida nacional alcanzada, poco más o menos, el 13 de abril de 1931, estaba bastante bien. Estaría mejor aún si se rebajaran algo los impuestos y se redujera el servicio militar. Lo ocurrido a partir de 1931 fue como una especie de zarabanda diabólica en que todo se puso patas arriba; pero, pasado el barullo, la feliz alianza de los antielericales durmientes del partido radical con los antiguos luises de la C.E.D.A. promete un restablecimiento del orden, es decir, de lo que regía antes de Azaña. ¿Qué más puede pedirse? ¿No sois vosotros –os dirán– gente de orden? ¿No os organizabais militarmente para mantener el orden? Pues si ya lo tenéis asegurado por el Gobierno, no hacéis ninguna falta.

  Si alguno vacila, ablandado por esos argumentos comodones, que acuda pronto con el alma a la comunidad de toda la Falange, tendida en cuerdas invisibles durante los meses de separación, al través de las tierras españolas. Y oirá cómo la voz entrañable de la Falange le dice:

  –Todo eso es torpe palabrería de gentes cansadas y miopes. En primer lugar, ya verán, dentro de poco, el nublado que se les viene encima. Pero, en segundo lugar, nosotros no queremos vegetar en el orden antiguo. Bajo él España soportaba la humillación internacional, la desunión interna, la desgana de las empresas grandes, la incuria, la suciedad, la vida infrahumana de millones de seres.

  Hoy mismo, bajo este sopor caliginoso en que todos los egoístas de España sólo aspiran a la siesta, hay pueblos y pueblos españoles abrasados, sin una hoja de árbol que temple la ferocidad del clima, en los que no es posible beber un vaso de agua que no sepa a sal o podredumbre. Y nada de eso puede remediarse a paso conservador –es decir, dentro del orden, del respeto a los derechos adquiridos y demás zarandajas–, sino metiendo el arado más profundo en la superficie nacional y sacando al aire todas las reservas, todas las energías, en un empuje colectivo que un entusiasmo formidable encienda y que una decisión de tipo militar ejecute y sirva. Hay que movilizar a España de arriba abajo, ponerla en pie de guerra. España necesita organizarse de un salto, no permanecer en cama como enfermo sin ganas de curar, entre los ungüentos y las cataplasmas de una buena administración.

  He aquí, camaradas, cómo ahora más que nunca son necesarias las consignas de nuestra fe. Antes todavía, la incomodidad ahuyentaba el sueño de España; ahora nada cierra el paso al sopor. Todos los gusanos se regodean por adelantado, con la esperanza de encontrar otra vez a España dormida para recorrería, para recubrirla de baba, para devorarla al sol. Sea cada uno de vosotros un aguijón contra la somnolencia de los que os circundan. Esta común tarea de aguafiestas iluminados nos mantendrá unidos hasta que el otoño otra vez nos congregue junto a las hogueras conocidas. El otoño, que acaso traiga entre sus dulzuras la dulzura magnífica de combatir y morir por España.

(Haz, núm. 7, 19 de julio de 1935)

domingo, 19 de diciembre de 2010

Homenaje al mejor hombre de España

NUPCIAS ESTÉRILES

  En Salamanca, el otro día, se han ratificado en público las más vivas protestas de amor entre el partido radical y la C.E.D.A. No para hoy ni para mañana, sino para todos los días, presentes y futuros, ha quedado sellada la alianza indisoluble.

  Fue en ocasión de conferirse al señor Gil Robles y al señor Casanueva el título de hijos predilectos de la vieja ciudad universitaria. No faltaron al regocijo las blancas melenas del señor Lerroux y del señor Portela Valladares, a las que pocos, cuando aún negreaban en los días guerrilleros de la mocedad, hubieran barruntado estar destinadas a aumentar el decoro de una fiesta tan conservadora, tan apacible como ésta de otorgar a los señores Gil Robles y Casanueva la filiación predilecta de Salamanca. Propicio así el ambiente a las efusiones, no tardó en sobrevenir la declaración terminante de amor eterno. Así, si las piedras duermen, las doradas piedras de Salamanca dormirían tranquilas aquella noche, en la seguridad de que si ya no existen el Imperio español, la Universidad española ni apenas España, en cambio podríamos presentar ante el mundo la afianza tierna y fuerte del partido radical y de la Confederación de Derechas Autónomas.

  Sin embargo, no esperen las piedras salmantinas presenciar en años sucesivos nuevas fiestas que canten la fecundidad de estos desposorios. La unión cedorradical es estéril.

  El radicalismo se quedó sin el último resto de programa tan pronto como se hizo conservador. Antes había perdido su color popular cuando el socialismo atrajo hacia la lucha de clases el ingenuo entusiasmo que hasta entonces consagraban los obreros al sueño de una República más o menos federal. Se quedó así con las escuadras de los jóvenes bárbaros, cuya aspiración más precisa parecía ser el atropello físico de las monjas: semejante programa (en el qué al ardor anticlerical se mezclaba un viejo apetito español atormentado e insatisfecho) fue, con excelente acuerdo, cancelado. Pero ya sin masas obreras y sin barbarie antimonjil, ¿qué quedaba al partido radical? Quedaba la ancianidad del señor Lerroux, llegada justamente a punto para depararle cierta aureola de veneración, y quedaba –debajo– la solidaridad de la vieja guardia en la celosa conservación del patrimonio casi familiar. Recuerdos.

  Por su parte, la C.E.D.A. también pareció tener, aunque más corta, una ardorosa juventud (con minúscula, compañero linotipista, no vaya a pensar nadie que nos referimos a la vetusta J.A.P.). Los primeros tiempos de Gil Robles, bajo el bienio de Azaña, fueron animosos y combativos. Durante ellos se renovó la invocación de valores espirituales antiguos, como si se quisiera que la política no fuese sólo pugna de intereses. El efecto de las grandes palabras fue rápido y, en cierto aspecto, confortador: miles y miles de personas salieron de sus casas dispuestas al esfuerzo y aun al sacrificio. Pero ¡ay!, la política es como un estupefaciente: quienes la prueban con algún gusto, acaban por enviciarse en ella. Poco a poco, lo que nació como caliente movimiento espiritual fue convirtiéndose en partido como los otros; cada día se fueron arriando más banderas inalienables –las de todo lo espiritual– para ganar en un toma y daca de cosas tangibles. Pronto los haberes del clero y la Contrarreforma agraria importaron más a la C.E.D.A. que el crucifijo en las escuelas, la indisolubilidad del matrimonio y el prestigio internacional de España.

  Tales son –valga hoy nuestra primera plana como sitio propio para la "Crónica de sociedad"– los contrayentes. Por mucho que quiera paliarlo nuestra cortesía de cronistas de salones, la cruda realidad dice a gritos que se trata de una boda por interés, sin amor, ni alegría, ni esperanzas de descendencia.

JUVENTUDES DE ESPAÑA

  Cuando los ministros sensibles –que hay algunos– del actual Gabinete tiendan la vista en derredor, percibirán con angustia sombría la falta de todo grupo juvenil en torno suyo. Como los árboles, a veces seculares, de los escasos bosques de España, estos ministros no se podrán mirar en el consuelo de renuevos que crezcan en torno suyo; saben que con su propia muerte vendrá la muerte del bosque en que nacieron.

  Los muchachos de España sienten el más completo desvío hacia estas rancias cosas que se llaman C.E.D.A., agrarios y partido radical. Es inútil que unos y otros se finjan la existencia de Juventudes, cuya misión, estimulante de la más benévola risa, parece consistir en afectar ademanes malhumorados y reclamar todo el Poder para el jefe (cada Juventud para su jefe, cosa que a los jefes de las otras Juventudes les debe de hacer mucha gracia).

  Es inútil que nos aseguren que el señor Calzada, por ejemplo, tiene veinticinco años; con ser ello cronológicamente verdad, no hay quien atribuya al señor Calzada menos de sesenta al conocer su voz engolada, su aire serio de hombre que está en todas las combinaciones y su afición, ya irreprimible, a las ¡das y vueltas de la política. Todo eso es inútil: la juventud de España, la auténticamente joven y combativo, está con el marxismo o está con nosotros (salvo, si se quiere, un pequeño y respetable grupo que permanece con desinterés ejemplar bajo las banderas tradicionalistas). Los hombres inteligentes de nuestra generación se han dado cuenta, en España como en toda Europa, de que el sistema liberal capitalista del siglo XIX está en sus últimos estertores, y se aprestan –con la dura vocación para el sacrificio que existen estas épocas de paro– a alumbrar un orden nuevo. Los marxistas creen que ese orden es necesariamente el suyo; nosotros, conformes en gran parte con la crítica marxista, creemos en la posibilidad de un orden nuevo sobre la primacía de lo espiritual.

  Estas dos maneras –profundas, completas, responsables– de entender el mundo se reparten el alma de la juventud. Lo demás es cuquería, cuando no simple estupidez. Es querer hacerse los distraídos ante un mundo que cruje. Tal es el intento de todos los grupos conservadores, se llamen como se llamen, y de sus pretendidas Juventudes Y para hacerse mejor los distraídos, para que la digestión no se les inquiete con ninguna alusión molesta, se apresuran incluso a prohibir emblemas, camisas, banderas, todos los atributos de los que adivinan, más allá de las tormentas, una nueva concepción del mundo.

  ¡Juventudes de España! ¡Juventudes nuestras y juventudes revolucionarias marxistas, de cuyas filas vendrán muchos a nuestra revolución social y nacional! Nosotros nos combatiremos de una manera trágica a veces, pero que en su misma tragedia gana dimensiones de historia. Este Estadito liberal, anémico, decadente, nos combate a unos y otros con las medidas angustiosas, chinchorreras e inútiles que le, sugiere su inspiración agonizante. ¡No importa! Esto pasará, y vosotros, o nosotros, triunfaremos sobre las ruinas de lo que por minutos desaparece. Para bien vuestro y NUESTRO –aunque ahora no lo creáis y aunque a veces hayamos dialogado a tiros–, será nuestra revolución nacional la que prevalezca. ¡Arriba España!

(Arriba, núm. 15, 27 de junio de 1935)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

LO NACIONAL Y LO BURGUES

  Esto es lo más tremendo. Ya a los pocos días de la revolución de octubre el más autorizado de los nuestros advirtió el peligro; se adivinaba cómo el carácter antinacional de la intentona iba a ir oscureciéndose, gracias a las derechas gobernantes, bajo la interpretación absorbente de su sentido antiburgués. Como complemento de tal deformación, era de prever que a la victoria magnífica de nuestro Ejército sobre la revuelta se la presentase, no como triunfo del genio nacional contra lo antínacional (separatismo y marxismo antinacionalista), sino como triunfo del orden burgués contra lo antiburgués (subversión proletaria). Así ha sido. Lo más terriblemente grave de la madrugada del 7 de octubre, el alzamiento separatista de la Generalidad, apenas es recordado por nadie (como si pudiera olvidar, quien los escuchó por la "radio", aquellos gritos de pesadilla: ¡Catalanes, a las armas, a las armas!).

  En cambio, todos los focos de la crítica se han concentrado sobre la faceta de rebelión social presentada en Asturias. Y todas las medidas que piden, aunque sin éxito, las "gentes de orden", van encaminadas a evitar la reproducción de alzamientos proletarios.

  ¿Será que el sentido de la Patria se halla totalmente embotado en las frígidas gentes de Acción Popular? Todo puede ocurrir cuando se educa a una generación en el horripilante cultivo de la técnica y de la cautela. Pero hay otra cosa debajo: las miras electorales. Los jerarcas de la C.E. D. A. saben bien que los arrebatos de patriotismo son esporádicos, mientras que el afán conservador es permanente. Las masas electorales de la C.E.D.A., por lo común bien avenidas con su posición económica, perdonan la debilidad de un separatista, pero no perdonan fácilmente la que se tuviera con quien les amenazó en su bienestar.

  Los votos importan más que los afectos.

LOS SOCIALISTAS

  Si no quedaran reservas de estupor, nos hubiera asombrado la presencia en Palacio de la Esquerra catalana y de los socialistas para evacuar consultas. Cuando la causa de la crisis ha sido, según palabras autorizadas, una discrepancia en el modo de entender cómo debe líquidarse la revolución de octubre, es decir, cuando se declara que la revolución de octubre está sin liquidar, ¿qué espíritu no contaminado por lo que se llama la política será capaz de entender esto de que la Esquerra y los socialistas, aún no reintegrados a la ley, acudan a Palacio?

   Pero aún es más asombroso el cinismo de la nota socialista explicando los términos de la contestación dada al presidente. Los socialistas, cuya actuación en octubre es bien conocida, tienen la audacia de lanzar sobre el resto de los españoles la acusación de violencia y de crueldad y de afirmar que el socialismo no se ha salido de la ley.

  Acostumbrados los leaders marxistas al juqoso oficio de embaucar a sus masas, juzgan, sin duda, la rueda de molino alimento normal para los estómagos españoles.

  Aparte el cinismo de la nota, ¿es explicable, en términos de moral corriente, que un partido compagine su acatamiento externo a las instituciones con la diaria actitud de amenaza y de provocación en que vive el partido socialista? Por que sus centros estarán oficialmente clausurados y su Prensa oficialmente suspendida; pero nadie desconoce la abundancia y el tono del material impreso que los socialistas lanzan a diario, sin cuidarse mucho siquiera de darle una apariencia de clandestinidad.

(Arriba, núm. 3, 4 de abril de 1935)

viernes, 10 de diciembre de 2010

"UNA JUSTICIA SOCIAL PROFUNDA".– LA CUARTILLA AUTÓGRAFA QUE JOSÉ ANTONIO DIO AL PERIODISTA PORTUGUÉS OSCAR PAXECO, CORRESPONSAL DE "DIARIO DA MANHA", DE LISBOA.– FRAGMENTO DE LA ENTREVISTA CONCEDIDA A PAXECO

  En determinado momento le pregunté si él juzgaba necesaria e inevitable una dictadura. Y el hijo del último dictador, rápido, sin, vacilar, declaró:

  – Como el anterior experimento, de ninguna forma. Al régimen de mi padre faltole en espíritu doctrinario lo que le sobró en acción, a veces desordenada. Considero, no obstante, necesario un régimen autoritario que aliente un espíritu nacional fuerte y que imponga una justicia social profunda.

  Y más adelante, como le hablase de la obsesión de muchos españoles, los izquierdistas de entonces, empezados en realizar la tan decantada "unión ibérica", José Antonio recalcó al respecto:

  – No lo creo. La España verdadera no abriga tal sentimiento. Portugal y España serán siempre dos naciones hermanas y amigas, pero anote bien, siempre "dos naciones".

  La imperfección de mi castellano le hizo temer de que alterase involuntariamente sus declaraciones.

  – Uso un castellano apretado y duro. Por eso odio los resúmenes periodísticos. En cuanto se me abrevia la ya breve expresión del lenguaje, se me quedan las frases en los huesos. Quizá por tal causa –concluyó sonriendo– nadie me traga. Los huesos no se digieren.

  Para obviar tal riesgo se ofreció gustoso a redactar unas cuartillas con la síntesis de sus postulados. En un fragmento autógrafo dice lo siguiente:

  "Lo esencial de un Movimiento es esto: encontrar una norma constante que sirva de medida para regular los derechos y deberes de los hombres y de los grupos. Quiero decir: sustituir las luchas de partidos y de clases por una estructura orgánica que encamine el esfuerzo de todos en el servicio común de la Patria. Para esto es preciso:

  Primero, devolver a España un sentido histórico fuerte, una convicción enérgica de su destino universal.

  Segundo, restaurar las primicias de las virtudes heroicas.

  Tercero, implantar una justicia social profunda, que considere a todo el pueblo como una comunidad orgánica de existencia y establezca un reparto mejor de los placeres y sacrificios."

  Diario da Manha, en su edición del 20 de noviembre de 1943 reprodujo la fotocopia de las aludidas declaraciones autógrafas, proporcionadas al periodista Paxeco el 14 de diciembre de 1934.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ESPAÑA INCÓMODA

  Yo fui también de los que aspiraron a vivir en su celda. No sé de privilegio más atractivo que este de haber encontrado la vocación de haberse encontrado uno mismo. La mayor parte de los mortales viven como descaminados, aceptan su destino con resignación, pero no sin la secreta esperanza de eludirlo algún día. He visto a muchos hombres que en medio de las profesiones más apasionantes –como por ejemplo, la magnífica, total, humana y profunda profesión militar– soñaban con escaparse un día, con hallar un portillo que los condujera a la tranquilidad burocrática o al ajetreo mercantil. Estas son gentes que viven una falsa existencia; una existencia que no era la que les estaba destinada. A veces siento pirandeliana angustia por la suerte de tantas auténticas vidas que sus protagonistas no vivieron, prendidos a una vida falsificada. Por eso miro en lo que vale el haber encontrado la vocación. Y sé que no hay aplausos que valgan, ni de lejos, lo que la pacífica alegría de sentirse acorde con la propia estrella. Sólo son felices los que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo.

* * *

  Pero hoy no podemos aislarnos en la celda. Primero, porque sube de la calle demasiado ruido. Después, porque el desentendemos de lo que pasa fuera no sería servir a nuestro destino en el destino universal, sino convertir monstruosamente a nuestro destino en universo. Nuestra época no es ya para la soberbia de los esteticistas solitarios ni para la mugrienta pereza, disfrazada del idealismo, de aquellos perniciosos gandules que se ufanaban en llamarse rebeldes. Hoy hay que servir. La función de servicio, de artesanía, ha cobrado su dignidad gloriosa y robusta. Ninguno está exento –filósofo, militar o estudiante– de tomar parte en los afanes civiles. Conocemos este deber y no tratamos de burlarlo.

  En España, menos todavía. Nuestra España está huérfana de un orden armonioso. ¿Cómo, sin él, podrá nadie estar seguro de ocupar su puesto en la armonía? Nuestra España –que se calificó por ser un estilo, según Menéndez y Pelayo– es hoy la cosa menos estilizado del mundo. En sus cimientos populares hay, sí, yacimientos magníficos de civilización reposada y exacta; pero ¡cuánto cascote sobre los cimientos! No se sabe qué es peor, si la bazofia demagógica de las izquierdas, donde no hay manoseada estupidez que no se proclame como hallazgo, o la patriotería derechista, que se complace, a fuerza de vulgaridad, en hacer repelente lo que ensalza. Y producido por el alborozo de las izquierdas y las derechas, un caos ruidoso, confuso, cansado, estéril y feo.

* * *

  Nosotros, estudiantes, no os llamamos con la invocación del nombre de España a una charanga patriótica. No os invitamos a cantar a coro fanfarronadas. Os llamamos a la labor ascética de encontrar bajo los escombros de una España detestable la clave enterrada de una España exacta y difícil.

  No venimos sólo a execrar como antipatriotas a tantos y tantos críticos de España como se adelantaron a formular nuestro descontento. Venimos a reprocharles que no añadieran a su crítica mayor efusión. Pero su descontento es nuestro. Nuestra manera de servir a España tendrá que ser también rigurosa. Tendremos que hendir muchas veces la carne física de España –sus sustos, su pereza, sus malos hábitos– para libertar a su alma metafísica. España nos tiene que ser incómoda. ¡Dios nos libre de encontrarnos como el pez en el agua en esta España de hoy! Tenemos que sentir cólera y asco contra tanta vegetación confusa. Y sajar sin contemplaciones. No importa que el escalpelo haga sangre. Lo que importa es estar seguro de que obedece a una ley de amor.

(De Haz, primera época, núm. 1, 26 de marzo de 1935)

lunes, 29 de noviembre de 2010

DISCURSO EN EL ACTO DE CONSTITUCION DEL S.E.U. EN VALLADOLID, EL 21 DE ENERO DE 1935

  Han pasado los días en que se podía ser sólo universitario o poeta o artista. Nuestra época nos arrastra y no nos deja encerramos en torres de marfil. Eso era atributo de las épocas rancias en que, roto el sentido de la unidad del mundo, cada uno pensaba hacer un mundo aislado de su propia vida. Nuestra generación, convaleciente de una de esas épocas, tiene que rehacer la unidad del mundo; para los que estamos aquí como tarea próxima, la unidad de España. El siglo XIX discurrió bajo el signo de la disgregación; ya no se creía en ninguno de los valores unitarios: la Religión, el Imperio..., hasta menospreciaban, por obra del positivismo, a la Metafísica. Así fueron elevados a absolutos los valores relativos, instrumentales: la libertad –que antes sólo era respetada cuando se encaminaba al bien–, la voluntad popular –a la que siempre se suponía dotada de razón, quisiera lo que quisiera–, el progreso –entendido en su manifestación material técnica.

  Pero la libertad incondicionada lanzó a los hombres y luego a los pueblos a pugnas atroces; exasperó el nacionalismo y trajo la guerra europea. La voluntad popular obligó a los políticos a elaborar versiones toscas de sus programas para ganar los votos y condujo a la pérdida de toda buena escuela política, de toda continuidad. Y la idolatría del progreso indefinido llevó a la superindustrialización, al capitalismo –reclamado por la necesidad de poderío económico que imponía la libre concurrencia–, a la deshumanizaci6n de la propiedad privada, sustituida por el monstruo técnico del capital impersonal, a la ruina de la pequeña producción, a la proletarización informe de las masas y, por último, a las crisis terribles de los últimos años.

  El socialismo, contrafigura del capitalismo, supo hacer su crítica, pero no ofreció el remedio, porque prescindió artificialmente de toda estimación del hombre como valor espiritual; así, en Rusia, inhumanamente, no se pasado aún del capitalismo del Estado, y es cada día menos probable que se llegue al comunismo.

  Así estaba el mundo al llegar nuestro tiempo. ¿Cómo podríamos desentendemos de su tragedia? Seamos buenos universitarios, pero seamos también partícipes en la tragedia de nuestro pueblo. Como Matías Montero, estudiante magnífico, al que nos asesinaron a traición y que cayó muerto con el alma y los ojos llenos de la luz de nuestra España de los Reyes Católicos, la España cuyo signo ostentaba nuestro yugo y nuestras flechas.

  El medio contra los males de la disgregación está en buscar de nuevo un pensamiento de unidad; concebir de nuevo a España como unidad, como síntesis armoniosa colocada por encima de las pugnas entre las tierras, entre las clases, entre los partidos. Ni a la derecha, que por lograr una arquitectura política se olvida del hambre de las masas; ni con la izquierda, que por redimir las masas las desvía de su destino nacional.
Queremos recobrar, inseparable, una unidad nacional de destino y una injusticia social profunda. Y como para lograrlo tropezamos con resistencias, somos resueltamente revolucionarios para destruirlas.

  Pero no olvidéis que esta tarea de unidad exige que estemos entre nosotros indestructiblemente unidos. Entendamos la vida como servicio; todo cargo es una tarea y todas las tareas son igualmente dignas, desde la más gozosa, que es la de obedecer, hasta la más áspera, que es la de mandar.

  La Jefatura es la suprema carga; la que obliga a todos los sacrificios, incluso a la pérdida de la intimidad; la que exige a diario adivinar cosas no sujetas a pauta, con la acongojante responsabilidad de obrar. Por eso hay que entender la Jefatura humildemente, como puesto de servcio; pero por eso, pase lo que pase, no se puede desertar m por impaciencia, ni por desaliento, ni por cobardía.

  (La Nación, Madrid, 21 de enero de 1935)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Miguel Primo de Rivera habla sobre los últimos momentos de su hermano

SONETO A JOSÉ ANTONIO

"La gravedad profunda de la muerte
era, para tu sangre, vencimiento,
para tu juventud, desasimiento
de hacer arquitectura el polvo inerte.

Vino luego el dolor de recogerte
en tierra que cumplió tu mandamiento.
¡Tu voz, que dio contorno al sentimiento,
se dobla ante el mandato de la suerte!

Pero España clamó, desarbolada,
por convertir en fuerza su impotencia
y unir el pensamiento con la espada.

Y por hacer más corto su camino,
cambiaste por la gloria la existencia
y Dios elevó a norma tu destino."

PEDRO LAÍN ENTRALGO
 (De Corona de Sonetos en Honor...)

lunes, 22 de noviembre de 2010

DOCTRINA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

  (Discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de noviembre de 1934)

  El señor PRIMO DE RIVERA:

  No imaginará el señor Gil Robles, cuando me levanto a hablar, además, en ocasión tan desfavorable, que lo hago a impulsos de un espíritu de partido, porque cabalmente lo que voy a reprochar al Gobierno es que haya dejado intacta para mi partido, o para quienes me siguen y me acompañan, una bandera que tuvo ocasión magnífica de recoger. El Gobierno que preside don Alejandro Lerroux se encontró en una de esas encrucijadas históricas desde donde arrancan para una patria el camino de la grandeza y el camino de la vulgaridad. Hubo una ocasión decisiva en aquella mañana del 7 de octubre en que todos confiamos, en que todos apoyamos, en que todos exaltamos al Gobierno que preside don Alejandro Lerroux para que lanzase a España por el camino de la grandeza, y éste es el momento en que tememos que el Gobierno que preside don Alejandro Lerroux está desperdiciando esa magnífica ocasión histórica. La está desperdiciando, a mi modo de ver –y conste que tengo que empalmar para esto, más que con el debate brillantísimo desarrollado aquí en la tarde de ayer y en la de hoy, con las palabras del señor presidente del Consejo de Ministros–, la está desperdiciando, porque en este fenómeno histórico, inmenso, ingente, de la revolución que se acaba de vencer, parece como si el Gobierno no hubiera querido ver más que lo superficial, los brotes más externos de todo lo que constituye la revolución; se dijera que lo más señero, lo más significativo, fue el caso de tal pistolero que disparó contra tal autoridad, o de tal minero que encendió la mecha de tal bomba. Eso no es más que el brote superficial. Parece como si de ahí no pudiera pasarse sino a la influencia política que tuvieran tales o cuales sindicatos. Eso no es más que el tronco del problema; pero la raíz jugosa y profunda de la revolución está en otra cosa; está en que los revolucionarios han tenido un sentido místico; si se quiere, satánico, pero un sentido místico de su revolución, y frente a ese sentido místico de la revolución no ha podido oponer la sociedad, no ha podido oponer el Gobierno, el sentido místico de un deber permanente y valedero para todas las circunstancias.

  Se decía aquí por varios oradores: pero ¿cómo los mineros de Asturias, que ganan dieciocho pesetas y trabajan siete horas, han podido hacer una revolución socialista? Yo quisiera contestar: pero ¿es que también vamos a profesar nosotros la interpretación materialista de la Historia? ¿Es que no se hacen revoluciones más que para ganar dos pesetas más o trabajar una hora menos? Os diría que lo que ocurre es todo lo contrario. Nadie se juega nunca la vida por un bien material. Los bienes materiales, comparados unos con otros, se posponen siempre al bien superior de la vida. Cuando se arriesga una vida cómoda, cuando se arriesgan una ventajas económicas es cuando se siente uno lleno de un fervor místico por una religión, por una patria, por una honra o por un sentido nuevo de la sociedad en que se vive. Por eso los mineros de Asturias han sido fuertes y peligrosos. En primer lugar, porque tenía una mística revolucionaria; en segundo término, porque estaban endurecidos en una vida difícil y peligrosa, en una vida habituada a la inminencia del riesgo y al manejo diario de la dinamita. Por eso, con esa educación de tipo duro y peligroso, y con ese impulso místico, satánico si queréis, han llegado a las ferocidades que lamentamos todos.

  Pero frente al estallido de una revolución llena de ímpetu místico y de instrumentos guerreros, ¿qué podía ofrecer la sociedad española; qué podía ofrecer el Estado español? ¡El Estado español ... ! Pero ¿es que el Estado español cree en algo? El señor presidente del Consejo de Ministros nos decía ayer, como expresión perfecta de lo que debe ser un jefe de Gobierno, que él se coloca equidistante entre las izquierdas y las derechas, sin tolerar la extralimitación de ninguna. Es decir, que en el concepto político del señor presidente del Consejo de Ministros, las izquierdas y las derechas deben existir, pero 61 no es ni de las izquierdas ni de las derechas. El defiende un Estado que no cree en una postura ni en otra, aunque reconoce que ambas posturas existen y son lícitas. Pero ¡qué, si tenemos la prueba viviente en estos días de que el Estado español no cree en sus propias bases! No tenéis más que ver que estamos, por ejemplo, discutiendo la revolución bajo la censura de Prensa. Nosotros formamos parte de este Cuerpo legislador; discutimos en este edificio, en el que parece que está volatilizado, entre las horribles pinturas del techo y el horrible terciopelo de los bancos, eso que se llama la soberanía nacional; pues bien: nosotros, depositarios de la soberanía nacional, tenemos que recibir cada noche una especie de espaldarazo de buenos chicos que nos discierne algún funcionario subalterno del Gobierno Civil.

  El Estado no cree en nada; el Estado no cree en la libertad, ni cree en la soberanía del pueblo, porque la suspende cada vez que hace falta. El Estado no se cree siquiera depositario ni cumplidor de un fin supremo, y prueba patente de esta verdad dura y triste la tuvimos en una famosa arenga que hubimos de oír por la radio la noche siguiente de vencerse la sublevación en la Generalidad. Un hombre que había tenido la suerte inmensa, providencial, de ser quien devolvió a España su unidad en peligro, pronunció la noche siguiente estas palabras, que oímos todos por la radio, repito, para nuestra vergüenza: "Respetables son éstos –los ideales–, sean cuales fueren; son execrables cuando se salen del terreno legal y se apela a la violencia para establecerlos." De modo que un hombre que acaba de hacer cara nada menos que a un intento separatista, declaraba que ese sentimiento separatista no es execrable como contenido separatista, sino porque se ha producido sin cumplir el artículo cual o el artículo tal de ciertas normas reglamentarias.

  ¿Y la sociedad española? Decidme si la sociedad española tenía el sentido de estar al servicio de unas normas de validez permanente que la justificaran en una actitud enérgica de defensa. El señor Gil Robles, en uno de sus elocuentísimos discursos, en uno de sus extraordinarios discursos, en uno de sus milagrosos discursos –y digo milagrosos en el sentido exacto de esta palabra–, nos dijo ayer que nadie va más lejos que él en las reformas sociales, que nadie está mejor dispuesto que él para las reformas sociales. Y yo digo: una sociedad que sabe que tiene que reformarse es que tiene la noción de su propia injusticia; y una sociedad que se cree injusta no es capaz de defenderse con brío.

  Ni el Estado español ni la sociedad española se hubieran defendido con brío frente a la revolución si no hubiera entrado en juego el factor, que siempre nos parece imprevisto, pero que no falta nunca a la cita en las ocasiones históricas, de ese genio subterráneo de España, de ese genio heroico y militar de España, de esa vena perenne de España que, ahora como siempre, albergada en uniformes militares, en uniformes de soldaditos duros, de oficiales magníficos, de veteranos firmes y de voluntarios prontos, una vez más, ahora como siempre, ha devuelto a España su unidad y su tranquilidad. (Muy bien.)
 
  Esto me parece que es axiomáticamente así, y, sin embargo, temo que el Gobierno que preside don Alejandro Lerroux no haya sacado las consecuencias exactas de ello. Sus medidas, las medidas que hemos empezado a conocer, son puramente policíacas, son puramente de detalle, no penetran en la entraña del acontecimiento. La primera medida necesaria era haber dado al vencimiento de la intentona revolucionaria toda la altura histórica que merecía. Era la ocasión de decir: "Pues sí, esta vena heroica y militar –la de siempre– nos ha salvado; esta vena heroica y militar tiene que adquirir otra vez su condición preeminente." Hubiera sido muy bueno que el señor presidente del Consejo de Ministros, capaz de retorcer tantas veces sus creencias cuando así servía a la verdad o a la Patria, nos hubiese dicho: "Es cierto; no hay más que dos m aneras serias de vivir: la manera religiosa y la manera militar –o, si queréis, una sola, porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso–; y es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militar de la vida tiene que restaurarse España." Esta sí que habría sido la verdadera retribución para el esfuerzo y para el heroísmo de quienes nos han devuelto la tranquilidad; porque estoy seguro de que cada uno de los que han muerto por España y cada uno de los que sobreviven no quiso la retribución en unas monedas o ventajas; lo que hubieran querido sería que les devolviéramos el orgullo de tener una Patria grande. Y la ocasión de emprender el camino de esa Patria grande era la gozosa y única tal vez, en sabe Dios cuántos años, de aquella madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934.

  No es esto lo que ha deducido el Gobierno como consecuencia. Por de pronto, parece como si hubiera la consigna de desviar la atención de las gentes del lado antinacional de la revolución para concentrarla exclusivamente en el lado social. Estamos dedicando cada vez menos palabras a lo que ha ocurrido en Cataluña para dedicar más a escalofriarnos con los horrores de Asturias, horrores que ya no tienen más que un valor anecdótico y que, con ser muchos o ser pocos, no hacen variar nada la calidad histórica del intento.
  Lo de Cataluña, el intento separatista de Cataluña, lo estamos desviando por instantes, y así ha ocurrido la cosa enorme, señor presidente del Consejo de Ministros, de que cuando hemos conocido esta mañana la lista de las condenas y de los indultos hayamos visto, como en su elocuencia ha afirmado S.S., que un pistolero demostró enorme perversidad porque se defendió cuando huía y cometió un homicidio, en tanto que un oficial del Ejército español que al frente de sus tropas –por primera vez en más de un siglo–, que si acaso tendría parangón en los últimos días de la caída de nuestro imperio continental, en los albores tristes del siglo XIX, un oficial se alzó contra la unidad de España y mandó disparar a sus tropas y mató a otro oficial del Ejército español y a varios soldados, merecía el indulto. La cosa es tan enorme, señor presidente del Consejo de Ministros que aquí han tenido que moverse dos sospechas para admitir que esto Pudiera acontecer. Yo aseguro al señor presidente del Consejo de Ministros que, sin que me comprenda una sola brizna de responsabilidad gubernamental, no he podido pegar los ojos anoche pensando en ese horror del fusilamiento de dos desgraciados, de dos más o menos monstruosos desgraciados, que delinquieron, que cometieron un delito común y que no habrían sido pasados por las armas si el mismo delito lo hubiera realizado seis días antes mientras se indulta a un oficial español que ha cometido el peor delito de traición contra la Patria y contra el Ejército. (Muy bien.) A mí ya no me interesa, pues porque yo diga estas cosas no se va a fusilar al señor Pérez Farrás; pero no hay más explicación admisible para el indulto de este oficial que una presión demasiado alta, que el Gobierno no debió tolerar, o una presión demasiado misteriosa, que ni el Gobierno debió aceptar ni nosotros podemos sufrir sin afrenta: la presión, simplemente, de la masonería. (MUY bien. Rumores.) El señor Pérez Farrás es masón y por eso se ha salvado. Es muy lógico, si queréis, aunque nos ofenda, que quienes tienen tradición masónica cedan a su impulso; pero vosotros (dirigiéndose al señor Gil Robles), que representáis, si representáis algo hondo y espiritual, todo lo contrario de la masonería, veremos cómo explicáis en las próximas propagandas electorales vuestra complicidad con este crimen. (Rumores. El señor Gil Robles: "Era eso todo lo que necesitaba decir S.S. para hacernos ese ensayo literario? Siga S.S." Muy bien. Rumores en algunos escaños.)
 
  Y después, es bien triste que no os hayáis dado cuenta de esto. Cuando quiebra todo un orden social, como ha quebrado durante la pasada revolución, como ha estado a punto de quebrar sin remedio sin los auxilios heroicos que surgieron a última hora, hay que pensar, no sólo en que urge desmontar ciertos sindicatos, no sólo en que hay que tomar ciertas medidas policíacas; hay que pensar en que algo anda mal en lo profundo. El señor Gil Robles –yo le aludiré siempre con mucha más cortesía y con mucha más tranquilidad de las que él ha manifestado en este instante– propone una serie de medidas; dice que nadie le irá al alcance en los avances sociales. Yo me permito decirle al señor Gil Robles que si hace eso no logrará más que desorganizar toda una economía capitalista sin haber implantado un régimen más justo. El que con la economía capitalista, tal como está montada, nos dediquemos a disminuir las horas de trabajo, a aumentar los salarios, a recargar los seguros sociales, vale tanto como querer conservar una máquina y distraerse echándole arena en los cojinetes. Así se arruinarán las industrias y así quedarán sin pan los obreros.
  En cambio, con lo que queremos nosotros, que es mucho más profundo, en que el obrero va a participar mucho más, en que el Sindicato obrero va a tener una participación directa en las funciones del Estado, no vamos a hacer avances sociales uno a uno, como quien entrega concesiones en un regaeto, sino que estructuraremos la economía de arriba abajo de otra manera distinta, sobre otras bases, y entonces sucederá, señor Gil Robles, que se logrará un orden social mucho más justo. (Rumores. El señor Barros de Lis: "Y a vivir todos felices con esa estructuración nueva.") ¿Su señoría ha dedicado dos minutos de meditación a leer algún folleto de propaganda de las ideas que yo preconizo ahora? (El señor Barros de Lis: "Sí, he leído bastantes.") Pues que sea enhorabuena. (El señor Barros de Lis: "No; enhorabuena a S.S., por haberlos leído yo." El señor presidente reclama orden.)
 
  Es decir, que dentro de muy poco, dentro de quince días, dentro de un mes, estará todo, si el señor presidente del Consejo de Ministros no rectifica, poco más o menos como estaba; habremos dado por finida una revolución; tal vez la Policía esté un poco más diligente; tal vez haya menos armas en las Casas del Pueblo; pero la estructura social y política que ha quebrado seguirá en pie y no se habrá logrado nada, y la vena heroica y militar que nos ha salvado esta vez volverá a enterrarse y volverá a estar ahí en reserva por si otra vez tiene que salvamos de milagro. Señor presidente del Consejo de Ministros; si yo hablase por un interés de partido, nada podría parecerme mejor. Precisamente las ocasiones desperdiciadas han sido las que abrieron siempre camino a las revoluciones nacionales: porque se desperdició Vittorio Veneto vino la marcha sobre Roma; porque se ha desperdiciado el 7 de octubre es muy posible que venga la revolución nacional, en cuyas filas me alistó. (Rumores.) Eso, para nosotros, sería mucho mejor. Para el Gobierno hubiera sido mucho mejor ser él quien enarbolase esa bandera. Pero si es mejor para mí y para mi partido, en cambio reconocerán el Gobierno y la Cámara que no es para que otorguemos un voto de confianza esta tarde. (Rumores.)

jueves, 18 de noviembre de 2010

Manifestación del 20 de noviembre. Por la memoria histórica falangista. José Antonio, ¡Presente!



  Como todos los años, La Falange sale de nuevo a las calles de Madrid en estas fechas. Se mezclan, de un lado , nuestra preocupación por el crítico presente que vive España a nivel político, económico y hasta moral. Y de otro, el ansia por conquistar un futuro.

  Mientras, el PSOE continúa eficazmente con su proyecto de ingeniería social. Una de sus mayores armas es la llamada “memoria histórica” haciendo pinza con la ofensiva anticristiana.

  En este contexto los falangistas sabemos que tenemos todas las papeletas para convertirnos en chivo expiatorio. Y no nos equivocamos. El mismo PSOE que se sienta a negociar con ETA y está pactando las proximas comparecencias electorales del entorno batasuno es el que pretende que un movimiento legal y de conducta intachable como es el nuestro no salga a la calle.

  El próximo sábado La Falange celebrará, como lleva haciendolo ya muchos años, una manifestación que comenzará en la calle Génova de Madrid, junto al lugar de la casa natal de José Antonio. Aunque para poder llegar a hacerlo hemos tenido que pelear con una Delegación de Gobierno dura y arbitraria, que pretendía silenciarnos.

  No lo han conseguido y celebraremos nuestra manifestación. Pero sin embargo no podemos permitirnos cantar victoria. Como ya casi todo el mundo sabe, el Valle de los Caídos (donde descansa nuestro fundador y hasta donde marchabamos a pie para depositar una corona y mostrar nuestro respeto) se encuentra casi en estado de sitio y está vetado para gente como nosotros.

  Por eso mismo os pedimos, este año con mas fuerza si cabe, que participéis con ilusión reivindicativa y con ilusión en la manifestación que recorrera todo el centro de la capital.

Sábado 20 de noviembre a las 22:00 horas
c/Génova esq. c/Marqués de la Ensenada.

JOSE ANTONIO
¡¡PRESENTE!!

martes, 16 de noviembre de 2010

SU TESTAMENTO

  Testamento que escribió José Antonio Primo de Rivera instantes antes de ser asesinado por un pelotón de fusilamiento el 20 de Noviembre de 1.936.

  "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia".

UNA OCASIÓN DE ESPAÑA

  El genio permanente de España ha vencido otra vez. Sólo el genio de España. De no ser él, ¿qué hubiera podido oponerse a la revolución antiespañola? Todos los instrumentos normales de defensa habían sido minados concienzudamente por los mismos que anhelaban el golpe. Dos años estuvieron en el Poder. Dos años aprovechados en triturar el Ejército, en carcomer de masones la máquina del Estado, en socavar con propagandas marxistas el ánimo de los llamados a empuñar las armas. Todo se dejó listo para que fallase cuando el ataque viniese desde fuera, movido por los mismos hombres de los dos años. El Estado español se hallaba en las mejores condiciones para ser vencido. Pues, ¿Y la sociedad española? Se dijera que el liberalismo fuera de España no había pasado de ser un lujo intelectual: una especie de broma para los tiempos fáciles. Francia, por ejemplo, la que puso en más eficaz circulación el liberalismo, tiene buen cuidado de arrumbarlo en cuanto las cosas se ponen serias. En Francia no se juega con la Policía –de planta napoleónica–, ni con la Ley –con guillotinas y Guayanas a su servicio–, ni con la patria –guarnecida de implacables consejos de guerra–. El liberalismo sirve para charlar y para tolerar licencias superficiales. Pero en España, no; aquí lo habíamos tomado en serio. Las cosas esenciales estaban indefensas, porque temíamos que el defenderlas demasiado resultara antiliberal. Nuestros políticos vivían en la constante zozobra de pasar por bárbaros si se desviaban de los figurines liberales. Así, como palurdos invitados a una fiesta, se ponían en ridículo a fuerza de exagerar la finura de los modales. Nuestra sociedad se había contagiado del mismo espíritu. Por miedo a aparecer inquisitoriales, todos nos habíamos pasado de europeos. Nadie se atrevía a invocar las cosas profundas y elementales, como la Religión o la Patria, por temor de parecer vulgar. Ni a manifestarse severo contra las fuerzas enemigas. La tolerancia llegó a ser nuestra virtud. De la Santa Inquisición y los maridos calderonianos vinimos a dar en la más ejemplar mansedumbre.

  Así estaba preparada España cuando la anti España marxista y separatista se desencadenó contra ella. Fuera de nuestro islote, joven todavía, ¿qué reducto de defensa se atisbaba? Y, sin embargo, a la hora decisiva afloró del subsuelo de España la corriente multisecular que nunca se extingue. Surgió la vena heroica y militar de España; el genio subterráneo de España; el sentido seno y severo de la vida, apto siempre para volver a mirar las cosas –a vuelta de aparentes frivolidades–, bajo especie de eternidad. Por eso encarnó España, como siempre, bajo vestimentas marciales y en estilos espontáneos y guerrilleros.

  Ahora bien: que nadie trate, ¡legítimamente, de arrogarse el triunfo. ¡Cuidado con ese peligro, que ya está a la vista! Nos amaga una sucesión de parabienes al Gobierno, a los partidos ministeriales, a las gentes de orden... No se nos pase ni por un momento inadvertido lo siguiente: como obedeciendo una consigna, los amigos de la situación gobernante recargan más cada vez el lado SOCIALISTA de la revolución dominada, con lo cual esfuman su matiz ANTINACIONAL. Es decir, oscurecen el sentido nacional de la victoria para que ésta vaya cobrando un sentido ANTISOCIALISTA, BURGUES.

  Toda nuestra vigilancia habrá de montarse contra una interpretación así. Si la lucha hubiera surgido entre proletariado y burguesía, ésta podría invocar ahora, aunque nos doliera, el derecho del vencedor. Pero no han sido ésos los términos en que se planteó la batalla: la batalla se planteó entre lo antinacional y lo nacional, entre la anti España y el genio perenne de España. Este ha vencido; para él, el triunfo, pero no para nadie –clase o partido– que ahora se lo quiera apropiar.

  Se ha vertido en estas fechas demasiada sangre española –sangre popular española– de soldaditos estoicos y alegres, de guardias veteranos y oficiales magníficos, de gentes ligadas a nuestras tierras por una permanencia de generaciones y generaciones, para que todo redunde en el restablecimiento de un orden burgués, con barbacanas de Sindicatos obreros domesticados. No se ha combatido para eso. Nuestros soldados no han muerto por eso, que les es ajeno a los más: han muerto por lo que es de todos: por su España y por nuestra España; por romper esa costra de desaliento y cobardía y abyecta conformidad en que vegetamos.

  No haya perdón para los que quieran malograr el triunfo. Todo un esfuerzo así reclama airadamente que se extraigan las últimas consecuencias. Otra cosa fuera estafar el caudal de sangre y de heroísmo recién descubierto. Si ha triunfado el genio de España hay que entregar el botín y el trofeo al genio de España. Hay que entregar España a su propio genio para que la posea con amor y dolor, para que le devuelva las eternas palabra–, enmudecidas, para que la fecunde, la temple y la alegre. En la madrugada del 7 de octubre, los cañones situados frente a la Generalidad llamaron otra vez –con su vieja voz conocida– al alma profunda de España. Ella respondió trágica y heroicamente. No resulte ahora que fue invocada para una bagatela. No lo tolerarían las sombras de los muertos. Ni lo toleraríamos nosotros...

(Publicado en Libertad, de Valladolid, el 22 de octubre de 1934)

martes, 26 de octubre de 2010

DISCURSO PRONUNCIADO EN PAMPLONA, EN EL CENTRO LOCAL DE FALANGE, EL 15 DE AGOSTO DE 1934

  "Unidad frente a nacionalismo"

  De esta reunión tenemos que salir con el propósito resuelto de constituirnos cada uno en un propagandista. Y tenemos que hacer la propaganda de dos maneras: una, con la ejemplaridad de nuestra conducta; otra, con la difusión de unas cuantas ideas que voy a tratar de precisar.

  Nuestro Movimiento es el único Movimiento completo; el único que mira todo el problema de España en su integridad, de frente. Los demás son movimientos sesgados, que ven a España desde puntos de vista parciales. Como ejemplo de estos movimientos incompletos, los que más pueden interesar en esta región son el nacionalismo y el socialismo. Hay que hablar un poco acerca de ellos.

  El nacionalismo eleva las características nativas (lengua, costumbres, paisaje) a esencias nacionales. Se empeña en considerar que son las características nativas lo que constituye una nación. Y no es eso: las naciones son aquellas unidades, de composición más o menos varia, que han cumplido un destino universal en la Historia. La unidad de destino es la que une a los pueblos de España. Y entendida España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa, con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas– a las glorias del destino común. ¿Qué amor al pueblo vasco es el de esos nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el signo de España?

  El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar la suerte de la clase menos favorecida, sino aprovechar sus torturas para agitarla por el camino de la revolución social. Así el movimiento socialista tiende a la proletarización de los obreros, es decir, a borrar las diferencias entre obreros incalificados y obreros calificados, con objeto de impedir que éstos destaquen de la masa propicia a la revolución; desdeña, además, al pequeño campesino autónomo, cuya vida es, a veces, mucho más dura que la del obrero; pero que no le sirve al socialismo para su revolución, y provoca, por último, con huelgas políticas la ruina de las industrias, porque lo que quiere es masas de proletarios sin trabajo, desesperados, que declaren la revolución. En las cartas cruzadas entre Marx y Engels, los autores del "Manifiesto comunista", se habla de los obreros llamándoles "la canalla destinada a hacer con sus puros la revolución".

  Como el socialismo sólo busca la revolución social, hace del hombre una helada máquina de angustia y de odio, desligado de todo sentimiento: la religión, la Patria, la familia, el pudor mismo, son extirpados del obrero como sentimientos burgueses.

  Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española de las J.O.N.S. contempla al pueblo en su integridad y quiere vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico, universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los españoles de todas clases.

  Si fundimos estas dos cosas, lo nacional, con todo lo que esto envuelve, y lo social, con todo lo que esto exige, nos cabrá la gloria de legar una España grande a los que nos sucedan.

  (Breve "Discurso de la Unidad Española", pronunciado por José Antonio en Pamplona el 15 de agosto de 1934, en el Centro local de Falange, instalado en el paseo de Valencia. La fotocopia autógrafa apareció en ¡Arriba España!, de Pamplona, y fue reproducido por vez primera en la revista Jerarquía, de Pamplona, número de octubre de 1937).

  Pueblo Vasco, San Sebastián, 17 de agosto de 1934.
  

viernes, 22 de octubre de 2010

ESPAÑA, A LA DERIVA

LAS DERECHAS, EN BABIA.–EL GOBIERNO, PERPLEJO.–EL MARXISMO, A LA VISTA.–MIENTRAS TANTO, ADELANTE CON LA EUFORIA!

  Reaparecemos. Es decir, ¿reaparecemos? Nadie nos lo puede decir en el instante de trazar estas líneas. Aún rige el estado de prevención: este número ha de ser presentado en el Gobierno Civil dos horas antes de la salida. En esas dos horas, visto con lupa, puede revelar el periódico cosas delictivas que aviven el celo del gobernador, del fiscal y del juez de guardia. Así, es muy probable que el número entero sea recogido por la policía. Con ello se evitará el Gobierno un motivo de inquietud. Para este inefable Gobierno que nos disfrutamos hay una fórmula admirable con que mantener la paz pública: consiste en repartir los palos entre los que delinquen y sus adversarios, por pasivos que éstos permanezcan. Cuidando, eso sí, de que los palos caigan más moderadamente del lado de quienes son tenidos por más peligrosos, aunque sean los más culpables.

  Así, el temor de una revolución socialista –proclamado en el mismo Parlamento– no ha llevado al ministro de la Gobernación a ordenar registros en las Casa del Pueblo –donde se sospecha que haya arsenales– ni a fiscalizar seriamente la actividad de muchos agitadores destacados, sino a compensar las leves medidas tomadas contra ellos con la suspensión de F.E. y de la revista J.0.N.S., con la clausura pertinaz de todos nuestros centros y con el encarcelamiento de muchos camaradas, no sólo no agresores, sino patentemente agredidos.

  Este es el genio político de quienes imaginan gobernarnos. ¡Adelante con la euforia!

LAS DERECHAS, EN BABIA

  En el primer número de F.E. quisimos publicar un artículo titulado "La victoria sin alas". El señor fiscal lo denunció, él sabrá por qué. En el segundo número afirmamos la misma tesis en otro titulado "Victorias inútiles". A los seis meses de experiencia, ¿no hay motivo para que nos ufanemos de haber visto claro? La victoria electoral de las derechas no ha servido para nada. Era una victoria sin fe: fue el resultado de una suma de todos los egoísmos ante el peligro de una revolución. Se obtuvo mediante toda suerte de pactos y de argucias; en muchas provincias fueron aliadas las derechas católicas con masones conspicuos afiliados al partido radical; en otras muchas se estimuló por todos los medios la abstención electoral de los n–úlitantes de la C.N.T. Triunfó la maña y el dinero, no triunfó el espíritu. Y sin espíritu no se hace nada, diga lo que diga el señor Gil Robles, genio de lo prosaico. En política, como en deporte, es muy fácil alcanzar las marcas corrientes; pero desde ellas a los logros inasequibles hay una distancia de centímetros o de segundos sólo superable por los elegidos. El señor Gil Robles, a quien alguien llamó prematuramente "atleta vencedor", ha sabido hacer, de prisa, el recorrido de los buenos gimnasias de serie; ¡pero nunca, nunca, logrará la gracia y la alegría del último esfuerzo, que es el que depara el campeonato!

  De esta manera las derechas gubernamentales fofas, confusas, faltas de fervor y de claridad, desmayan en el Parlamento, no obstante sus reiteradas afirmaciones de adhesión al régimen, reducidas al triste papel de llevar la cola a la minoría superviviente del partido radical.

EL GOBIERNO, PERPLEJO

  ¿Y el Gobierno, entretanto? Pero, ¿hay Gobierno? Véase, por ejemplo, el caso de la Generalidad de Cataluña. El Gobierno, con dudosa prudencia, impugnó ante el Tribunal de Garantías una Ley de Cultivos votada por el Parlamento catalán. El Tribunal la anuló. Pero la Generalidad declaró abiertamente que menospreciaba la sentencia del Tribunal. ¿Qué hizo entonces el Gobierno? Por extraño que parezca, el Gobierno no hizo nada; dio a entender, sibilinamente, que tenía una fórmula: primero, la fórmula era jurídica; luego, al parecer, se transformó en fórmula gubernamental. Lo cierto, con todo, es que la fórmula no existía. El silencio del señor Samper era un silencio de esfinge sin secreto. Cuando, ante el Parlamento, fue imposible aplazar más el que se hablara del problema de Cataluña, el señor Samper rogó que la discusión fuera aplazada, porque corría prisa aprobar los presupuestos. Ahora, al cabo de tres semanas, el Gobierno obtiene un voto de confianza de las Cortes para resolver el problema de Cataluña. Cuando hay confianza da gusto. Pero si a alguien que no sabe tocar el piano le dan un voto de confianza para que lo toque, ¿saldrá bajo sus dedos, por la simple virtud de esa confianza, la Novena Sinfonía?

EL MARXISMO, A LA VISTA

  Y mientras el Gobierno divaga, ¡otra vez la revolución!, pero no la revolución verdadera, la integradora, la española que nosotros queremos a todo trance, sino la de facción y secta, antiespañola, materialista, marxista.

  Nadie ignora que en el partido socialista se dibuja una disidencia: a un lado, los socialistas no marxistas, ideólogos de una organización social más justa, pero ni partidarios de una subvención violenta ni desprendidos del sentido espiritual nacional; a otro lado los puros marxistas, áridos, fríos, rencorosos, entre cuyas manos el Poder sería una reproducción satánica de la tiranía rusa. Ni Dios, ni Patria, ni pudor, ni familia, ni creación personal en el arte. Como en Rusia.

  Esta ala del socialismo va siendo cada vez más fuerte y va ganando a las juventudes. Ya tiene nutridísimos repuestos de armas. Se encuadra, además, en milicias. Una mística del marxismo revolucionario extirpa las últimas raíces españolas en el alma de esas juventudes. La revolución, de tipo ruso, se prepara.

  Y mientras tanto, el Gobierno suspende F.E. y J.0.N.S., cierra nuestros centros, nos encarcela y nos multa. Pero con los marxistas, ¡nada! Algún simulacro de persecución; ningún indicio resuelto de combate. La policía sabe dónde hay depósitos de armas, mucho más importantes que los descubiertos; al parecer se ha considerado táctico no descubrirlos.

  Para un Estado de tipo liberal lo accidental es siempre lo que prevalece. Por eso no combate, sino que esquiva. No cree tener razón y por eso no acomete resueltamente a los que quieren derribarlo. Se limita a agotar su languidez como si fuera vida.

LLAMADA

  Este es el panorama de nuestra España hoy: unas derechas blandas, un Gobierno vacilante y la anti-España a marchas forzadas sobre lo que queda. Marxismo, separatismo. La anti-España, en suma.

  Pero ¡no pasarán! Contra todas las indiferencias, contra todas las inasistencias, frente a todos los peligros, en vida y en muerte, las firmes escuadras nacionalsindicalistas recorrerán a España de punta a punta, multiplicarán sus toques de alarma, y no darán paz a los asaltantes ni a los traidores.

núm. 13, 5 de julio de 1934)
  (F.E.,


Un pequeño homenaje a este gran hombre

miércoles, 20 de octubre de 2010

SEÑORITISMO

  Ya son bastantes los que cuando nos ven nos saludan con el brazo en alto. Pero da la casualidad de que muchos saludan así en presencia de un whisky, al que consagran, sorbo a sorbo, las mejores horas de un día cuyo rendimiento conocido empieza a la una de la tarde.

  Esos mismos que así intercalan el saludo romano entre el whisky y nuestra presencia son los más apremiantes en sus censuras por nuestra lentitud, los más exigentes en los propósitos de represalias y los más radicales en la elección verbal de los procedimientos combativos.

  Bueno es hacer constar que luego, a la hora de la verdad, no se halla a los tales repartiendo y recibiendo, golpes. Ni, más modestamente, se los encuentra propicios a suministrar el más moderado auxilio económico.

* * *

  No es, pues, inoportuno empezar a poner las cosas en claro.

  A Falange Española no le interesa nada, como tipo social. el señorito.

  El "señorito" es la degeneración del "señor", del "hidalgo" que escribió, y hasta hace bien poco, las mejores páginas de nuestra historia. El señor era tal señor porque era capaz de "renunciar", esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de "servicio". Nobleza obliga, pensaban los hidalgos, los señores; es decir, nobleza "exige". Cuanto más se es, más hay que ser capaz de dejar de ser. Y así, de los padrones de hidalguía salieron los más de los nombres que se engalanaron en el sacrificio.

  Pero el señorito, al revés que el señor, cree que la posición social, en vez de obligar, releva. Releva del trabajo, de la abnegación y de la solidaridad con los demás mortales. Claro que entre los señoritos, todavía, hay muchos capaces de ser señores. ¿Cómo lo vamos a desconocer nosotros? Estos reproches, por definición, no van con ellos. Sí van, en cambio, contra los señoritos típicos: contra los que creen que con un saludo romano en un "bar" pagan por adelantado los esfuerzos con que imaginan que nosotros vamos a asegurarles la plácida ingurgitación de su vhisky.

* * *

  Como aquí no se engaña a nadie, quede bien claro que nosotros, como todos los humanos que se consagran a un esfuerzo, podremos triunfar o fracasar. Pero que si triunfamos no triunfarán con nosotros los "señoritos". El ocioso convidado a la vida sin contribuir en nada a las comunes tareas, es un tipo llamado a desaparecer en toda comunidad bien regida. La Humanidad tiene sobre sus hombros demasiadas cargas para que unos cuantos se consideren exentos de toda obligación. Claro que no todos tienen que hacer las mismas faenas; desde el trabajo manual más humilde hasta la magistratura social de ejemplo y de refinamiento, son muchas las tareas que realizar. Pero hay que realizar alguna. El papel de invitado que no paga lleva camino de extinguirse en el mundo.

  Y eso es lo que queremos nosotros: que se extinga. Para bien de los humildes, que en número de millones llevan una vida infrahumana, a cuyo mejoramiento tenemos que consagrarnos todos. Y para bien de los mismos "señoritos", que, al volver a encontrar digno empleo para sus dotes, recobrarán, rehabilitados, la verdadera jerarquía que malgastaron en demasiadas horas de holganza.

  (F.E., núm. 4, 25 de enero de 1934)

A LOS OBREROS

Vuestros dirigentes, los que se valen de vosotros para encaramarse en los mejores sitios mientras vosotros arrostráis el hambre y las ametralladoras, no quieren que conozcáis nuestras ideas.

  Si nuestras ideas fueran malas para vosotros, nada nos debilitaría tanto como ser conocidos.

  Si predicásemos la tiranía o el desprecio para los obreros, los propios obreros nos rechazarían, y eso saldrían ganando sus actuales jefes.

  No. Por lo que quieren que no nos conozcáis es porque nuestras verdades son claras y fuertes. Cuando Falange Española haga su revolución, se acabarán las hambres y las humillaciones para los obreros, pero también se acabarán los enchufistas.

  Falange Española no es un partido más al servicio del capitalismo. ¡Mienten quienes lo dicen! El capitalismo considera a la producción desde su solo punto de vista, como sistema de enriquecimiento de unos cuantos. Mientras que F.E. considera a la producción como conjunto, como una empresa común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cueste, el bienestar de todos.

  Por eso, F.E. impondrá antes que nada:

  Primero. El Estado sindicalista; es decir, la única forma de Estado en que los Sindicatos obreros intervienen directamente en la legislación y la economía, sin confiar sus intereses a los partidos políticos parasitarios.

  Segundo. La distribución de trabajo remunerado justamente a todos los hombres. ¡No más hombres parados!

  Tercero. El seguro contra el paro forzoso, contra los accidentes y contra la vejez.

  Cuarto. La elevación del tipo de vida del obrero, hasta procurarle no sólo el pan, sino el hogar limpio, el solaz justo y los lugares de esparcimiento que necesita una vida humana.

  Esto no son vanas promesas. Para verlas cumplidas no se detendrá F.E. ante ningún obstáculo, ni vacilará ante ningún privilegio. Nuestro régimen, que es de hermandad y de solidaridad, habrá de exigir cuantos sacrificios hagan falta a los que más tienen en provecho de los que ahora viven de una manera miserable.

  ¡Obreros! Vuestras energías revolucionarias están llenas de brío y de justicia. Lleváis años y años soportando tiranías alternativas: primero, la del capital, que os trataba como a esclavos o como a herramientas; después, la de los líderes, que os usan como peldaños de su medro propio.

  ¡Acabad con toda sumisión! Poned vuestro ímpetu al servicio de la revolución nueva, que es vuestra también, porque es de todos, ¡porque es de España!

  FE, núm. 2, 11 de enero de 1934.