lunes, 31 de enero de 2011

DISCURSO EN EL ACTO DE CONSTITUCION DEL S.E.U. EN VALLADOLID, EL 21 DE ENERO DE 1935

  Han pasado los días en que se podía ser sólo universitario o poeta o artista. Nuestra época nos arrastra y no nos deja encerramos en torres de marfil. Eso era atributo de las épocas rancias en que, roto el sentido de la unidad del mundo, cada uno pensaba hacer un mundo aislado de su propia vida. Nuestra generación, convaleciente de una de esas épocas, tiene que rehacer la unidad del mundo; para los que estamos aquí como tarea próxima, la unidad de España. El siglo XIX discurrió bajo el signo de la disgregación; ya no se creía en ninguno de los valores unitarios: la Religión, el Imperio..., hasta menospreciaban, por obra del positivismo, a la Metafísica. Así fueron elevados a absolutos los valores relativos, instrumentales: la libertad –que antes sólo era respetada cuando se encaminaba al bien–, la voluntad popular –a la que siempre se suponía dotada de razón, quisiera lo que quisiera–, el progreso –entendido en su manifestación material técnica.

  Pero la libertad incondicionada lanzó a los hombres y luego a los pueblos a pugnas atroces; exasperó el nacionalismo y trajo la guerra europea. La voluntad popular obligó a los políticos a elaborar versiones toscas de sus programas para ganar los votos y condujo a la pérdida de toda buena escuela política, de toda continuidad. Y la idolatría del progreso indefinido llevó a la superindustrialización, al capitalismo –reclamado por la necesidad de poderío económico que imponía la libre concurrencia–, a la deshumanizaci6n de la propiedad privada, sustituida por el monstruo técnico del capital impersonal, a la ruina de la pequeña producción, a la proletarización informe de las masas y, por último, a las crisis terribles de los últimos años.

  El socialismo, contrafigura del capitalismo, supo hacer su crítica, pero no ofreció el remedio, porque prescindió artificialmente de toda estimación del hombre como valor espiritual; así, en Rusia, inhumanamente, no se pasado aún del capitalismo del Estado, y es cada día menos probable que se llegue al comunismo.

  Así estaba el mundo al llegar nuestro tiempo. ¿Cómo podríamos desentendemos de su tragedia? Seamos buenos universitarios, pero seamos también partícipes en la tragedia de nuestro pueblo. Como Matías Montero, estudiante magnífico, al que nos asesinaron a traición y que cayó muerto con el alma y los ojos llenos de la luz de nuestra España de los Reyes Católicos, la España cuyo signo ostentaba nuestro yugo y nuestras flechas.

  El medio contra los males de la disgregación está en buscar de nuevo un pensamiento de unidad; concebir de nuevo a España como unidad, como síntesis armoniosa colocada por encima de las pugnas entre las tierras, entre las clases, entre los partidos. Ni a la derecha, que por lograr una arquitectura política se olvida del hambre de las masas; ni con la izquierda, que por redimir las masas las desvía de su destino nacional. Queremos recobrar, inseparable, una unidad nacional de destino y una injusticia social profunda. Y como para lograrlo tropezamos con resistencias, somos resueltamente revolucionarios para destruirlas.

  Pero no olvidéis que esta tarea de unidad exige que estemos entre nosotros indestructiblemente unidos. Entendamos la vida como servicio; todo cargo es una tarea y todas las tareas son igualmente dignas, desde la más gozosa, que es la de obedecer, hasta la más áspera, que es la de mandar.

  La Jefatura es la suprema carga; la que obliga a todos los sacrificios, incluso a la pérdida de la intimidad; la que exige a diario adivinar cosas no sujetas a pauta, con la acongojante responsabilidad de obrar. Por eso hay que entender la Jefatura humildemente, como puesto de servcio; pero por eso, pase lo que pase, no se puede desertar m por impaciencia, ni por desaliento, ni por cobardía.

(La Nación, Madrid, 21 de enero de 1935)

miércoles, 26 de enero de 2011

PALABRAS PRONUNCIADAS EN BILBAO A LOS CAMARADAS DE LA FALANGE EL 8 DE ABRIL DE 1934

  En la tarde de ese día pronunció un breve discurso, en el que habló de la España chata, pobre y torva, a la que había que amar, empero, con afán de perfección.

  Buscaremos las raíces de la escueta autenticidad española. Necesitamos una nación y una justicia social. Hay que entregar a España –con amor y con dolor– para que la fecunde, la temple y la alegre.

  Uniremos la conciencia de eternidad y de modernidad para ser seriamente españoles.

  Los camaradas deben ser como hermanos; deben saber no sólo donde viven, sino que deben conocer hasta el color del pelo de sus novias.

  El estilo en la Falange es tan sustancial que, si se perdiese, nuestro Movimiento habría perdido su raíz (1).
Wenceslao Piqueras: "José Antonio en Bilbao", en El Correo Español, El Pueblo Vasco, ediciones del 8 de octubre y 20 de noviembre de 1938.
___________

  (1)

  – Es una lástima que ustedes no se declaren monárquicos, pues me gusta el espíritu de la Falange. Si lo hicieran me inscribiría en ella.

  A lo que contestó José Antonio:

  – Si volvieran Fernando e Isabel, en este mismo momento me declaraba monárquico.
Entre las personas que estuvieron a visitarlo durante su estancia en Bilbao, en la primavera del año 1934, figuraba una distinguida dama, que le dijo:

jueves, 20 de enero de 2011

MARCHA FALANGISTA AL VALLE DE LOS CAIDOS EN MEMORIA DE JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA



José Antonio siempre en nuestros corazones. ARRIBA ESPAÑA.

DISCURSO PRONUNCIADO EN PAMPLONA, EN EL CENTRO LOCAL DE FALANGE, EL 15 DE AGOSTO DE 1934

"Unidad frente a nacionalismo"

  De esta reunión tenemos que salir con el propósito resuelto de constituirnos cada uno en un propagandista. Y tenemos que hacer la propaganda de dos maneras: una, con la ejemplaridad de nuestra conducta; otra, con la difusión de unas cuantas ideas que voy a tratar de precisar.

  Nuestro Movimiento es el único Movimiento completo; el único que mira todo el problema de España en su integridad, de frente. Los demás son movimientos sesgados, que ven a España desde puntos de vista parciales. Como ejemplo de estos movimientos incompletos, los que más pueden interesar en esta región son el nacionalismo y el socialismo. Hay que hablar un poco acerca de ellos.

  El nacionalismo eleva las características nativas (lengua, costumbres, paisaje) a esencias nacionales. Se empeña en considerar que son las características nativas lo que constituye una nación. Y no es eso: las naciones son aquellas unidades, de composición más o menos varia, que han cumplido un destino universal en la Historia. La unidad de destino es la que une a los pueblos de España. Y entendida España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa, con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas– a las glorias del destino común. ¿Qué amor al pueblo vasco es el de esos nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el signo de España?

  El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar la suerte de la clase menos favorecida, sino aprovechar sus torturas para agitarla por el camino de la revolución social. Así el movimiento socialista tiende a la proletarización de los obreros, es decir, a borrar las diferencias entre obreros incalificados y obreros calificados, con objeto de impedir que éstos destaquen de la masa propicia a la revolución; desdeña, además, al pequeño campesino autónomo, cuya vida es, a veces, mucho más dura que la del obrero; pero que no le sirve al socialismo para su revolución, y provoca, por último, con huelgas políticas la ruina de las industrias, porque lo que quiere es masas de proletarios sin trabajo, desesperados, que declaren la revolución. En las cartas cruzadas entre Marx y Engels, los autores del "Manifiesto comunista", se habla de los obreros llamándoles "la canalla destinada a hacer con sus puros la revolución".

  Como el socialismo sólo busca la revolución social, hace del hombre una helada máquina de angustia y de odio, desligado de todo sentimiento: la religión, la Patria, la familia, el pudor mismo, son extirpados del obrero como sentimientos burgueses.

  Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española de las J.O.N.S. contempla al pueblo en su integridad y quiere vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico, universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los españoles de todas clases.

  Si fundimos estas dos cosas, lo nacional, con todo lo que esto envuelve, y lo social, con todo lo que esto exige, nos cabrá la gloria de legar una España grande a los que nos sucedan.

  (Breve "Discurso de la Unidad Española", pronunciado por José Antonio en Pamplona el 15 de agosto de 1934, en el Centro local de Falange, instalado en el paseo de Valencia. La fotocopia autógrafa apareció en ¡Arriba España!, de Pamplona, y fue reproducido por vez primera en la revista Jerarquía, de Pamplona, número de octubre de 1937).

Pueblo Vasco, San Sebastián, 17 de agosto de 1934.

SONETO A JOSÉ ANTONIO

“Sembrador prodigioso de optimismo
sobre rutas rebeldes y desiertas,
anhelos infundió a las almas yertas
y descuajó cizañas de egoísmo.

Prodigio hasta el milagro de sí mismo,
señaló a la tarea normas ciertas,
y adalid de romance abrió las puertas
de la perdida fe y del heroísmo.

Y fue como celeste mensajero,
vidente de la Patria, hoy transida
de místico fervor y afán guerrero;

vaticinó sin miedo al homicida
mental, que fulguraba en su sendero,
y al fin cayó, pero su muerte es vida.”

FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL
(Tomado de Corona de Sonetos...)

miércoles, 19 de enero de 2011

LA GUARDIA DE EUROPA

  En trance de buscar la mejor policía de Europa para la misión más delicada, los ojos del canciller Hitler se han fijado en nuestra Guardia Civil. El Gobierno español ha estimado que no podía aceptarse el requerimiento de vigilar con guardias civiles el plebiscito del Sarre. Pero ya el solo hecho de que nuestra Guardia Civil haya sido invitada a ejercer de Guardia de Euro a tiene que haber puesto un escalofrío de orgullo bajo los tricornios y parece llenar a España otra vez –¿desde cuándo?– de un cierto aire imperial de los mejores días.

  A los que dicen que España es incapaz de disciplina, a los que repiten la vaciedad de que los españoles son perezosos e individualistas, basta con señalarles, bajo el tricornio, dentro del capote, a cualquiera de nuestros guardias civiles. No es un hombre ni un centenar; no han sido entresacados de una clase sujeta a excepcionales ejercicios; es, sencillamente' una hermandad de veinticinco mil hombres del pueblo; de éste y de ése y de todos los pueblos de España. Y cada uno de los veinticinco mil es un archivo de disciplina cortés, de serenidad humana, de valor, de abnegación y de laconismo.

  Lo que ocurre es que España es demasiado seria para jugar a la seriedad cuando no tiene nada que hacer. Por eso es indisciplinado cuando no encuentra digno empleo para su disciplina. Pero si un español, o veinticinco mil españoles, tienen por delante una tarea en que merezca soportarse y arrostrarse todo, ninguno le aventaja en disciplina. Ahí está para demostrarlo, como si tal cosa, en nuestros caminos y por nuestras sierras, silenciosa y sencilla, esa hermandad de hombres, de hombres del pueblo, que ha sido requerida, para nuestro orgullo, como Guardia de Europa.

FE, núm. 8, 1 de marzo de 1934.

lunes, 17 de enero de 2011

LA MUERTE ES UN ACTO DE SERVICIO

  1. La muerte es un acto de servicio. Ni más ni menos. No hay, pues, que adoptar actitudes especiales ante los que caen. No hay sino seguir cada cual en su puesto, como estaba en su puesto el camarada caído cuando le elevaron a la condición de mártir.

  2. No hagáis caso de los que, cada vez que cae uno de los nuestros, muestran mayor celo que nosotros mismos por vengarle. Siempre parecerá a esos la represalia pequeña y tardía, siempre deplorarán lo que padece, con soportar las agresiones, el honor de nuestra Falange. No les hagáis caso. Si tanto les importa el honor de nuestra Falange, ¿por qué no se toman siquiera el trabajo de militar en sus filas?

  3. El honor y el deber de la Falange tienen que ser medidos por quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de dirigirla. No olvidéis que uno de los principios de nuestra moral es la fe en los jefes. Los jefes tienen siempre razón.

  4. Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado, sobre todo un pueblo, una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil, deben, los que tienen la responsabilidad del mando, medir hasta dónde se puede sufrir y desde cuándo empieza a tener la cólera todas las excusas.

  5. Lo que demuestra mejor que nada si se conserva el temple, es la permanencia en el mismo puesto de peligro. No hace falta baladronadas; ¿qué mayor señal de firmeza que poner otro hombre, como si tal cosa, en el puesto donde estaba el caído?

  6. El caído, que, cuando se le nombra, responde por la voz de los camaradas: ¡Presente!

  7. El martirio de los nuestros es, en unos casos, escuela de sufrimiento y de sacrificio. Cuando hemos de contemplarlo en silencio. En otros casos, razón de cólera y de justicia. Lo que no pueden ser nunca nuestros mártires es tema de "Protesta" al uso liberal. Nosotros no nos quejamos. Ese no es nuestro estilo. Nosotros no profanamos los despojos de nuestros, muertos, arrastrándolos por editoriales jeremíacos o sacudiéndolos para lograr efectos políticos entre el ajado terciopelo de los escaños de las Cortes.

FE, núm. 5, 1 de febrero de 1934.

viernes, 14 de enero de 2011

NOTICIA DEL ACTO ORGANIZADO EN SAN FERNANDO (CÁDIZ), EN EL TEATRO DE LAS CORTES DE LA LOCALIDAD, EL 12 DE NOVIEMBRE DE 1933

  (Fue suspendido a consecuencia de un atentado criminal)

  Durante el revuelo que se originó a raíz del atentado que perpetraron unos pistoleros, y mientras eran recogidos los heridos, el agente de la autoridad, delegado en aquel acto, suspendió el mismo, y entonces, el señor Carranza se adelantó al proscenio y, con voz potente, dijo:

  – No se puede suspender así este acto. Yo no hablaré. Pero tenéis que escuchar a José Antonio Primo de Rivera, digno hijo de su padre.

  Seguidamente, José Antonio se adelantó a la batería y manifestó:

  – Como veis, estos hechos que se suceden frecuentemente no pueden repetirse. Hay que terminar con este estado alarmante de desorden y anarquía. La autoridad, cobarde para evitar la introducción de elementos extraños, no lo es, en cambio, para suspender este acto, atropellando nuestros derechos.

  Siguió en duros términos de censura, diciendo que nunca cumpliría ordenes de una autoridad que no la poseía para impedir la libre circulación de los asesinos.

  Transcurrido un rato, la presidencia del mitin, ejercida por Carranza, le pidió que terminase, y entonces José Antonio acabó con estas palabras: "La respetable y aquí única autoridad de don Ramón Carranza me ruega que termine; sólo ahora se da por terminado el acto. Antes quiero que todos gritéis conmigo: ¡Viva España!"

  De "Hacia la historia de la Falange": Sancho Dávila y Julián Pemartín. t. I. pág. 43.

miércoles, 12 de enero de 2011

LIBERALISMO

Procure usted ser millonario

  Se coge de las puntas, entre el índice y el pulgar de cada mano. Se aplica al objeto de observación. ¿Cabe exactamente el objeto en la medida? Entonces está bien. ¿No cabe, o no la llena? Entonces está mal. La cosa no puede ser más sencilla.

  Con tal procedimiento ha logrado un periódico de la mañana –admirable, fuera de eso, por mil motivos– juzgar toda suerte de acontecimientos. La medida –la medida que se suspende entre el índice y el pulgar de cada mano– se contiene en estas palabras: "Hay que respetar los derechos individuales." Como se verá, no se trata de ninguna frase cuya aprehensión cueste gran esfuerzo. Pero tiene una virtud maravillosa: una vez adquirida, libra a quien la adquiere, para todo el resto de sus años, de la enojosa necesidad de pensar. Los convencidos por la frase hallan resuelto para siempre el problema de valorar cualquier suceso político. ¿Se han respetado los derechos individuales? El suceso está bien. ¿Se han olvidado los derechos individuales? Él suceso está mal. Dictaduras, revoluciones, leyes..., cuanto de más complejo y profundo da de sí la vida de un pueblo, adquiere transparente simplicidad.

  Ahora bien, ¿qué son los derechos individuales?

  Imaginemos a un obrero del propio periódico descubridor de la norma. Ese obrero, desde hace varios años, trabaja en una linotipia. Le pagan bien, eso sí, pero el hombre vive sujeto a la linotipia varias horas cada jornada. Junto a la linotipia corre su edad madura. Una mañana, cuando alborea, el obrero –que ha pasado la madrugada frente al teclado de la linotipia– nota que le corre por la frente un sudor frío. Sus ojos comienzan a ver turbio. De pronto se le tuerce la boca en un rictus. Pesadamente cae al suelo. Lo recogen, sobresaltados, varios compañeros de tarea. Está sin sentido. Le mana de la boca tenue hilillo de sangre. Se ha muerto.

  El obrero deja viuda y seis hijos, ninguno de edad de trabajar. La viuda recibe un subsidio, más crecido por generosidad de la empresa que por imposición de la ley. Vive unos meses; acaso un año o dos. Pero llega una fecha en que resbala entre los dedos el último duro del subsidio. Ya no hay para comer en la casa. Los chicos palidecen por días. Pronto serán presa propia para la, anemia o la tuberculosis. Y para el odio.

  ¿Y entonces? Entonces, si la viuda del obrero tiene la fortuna de vivir en un Estado liberal, se encontrará con una Constitución magnífica, que le asegurará todos los derechos. Los famosos "derechos individuales' '. La viuda tendrá libertad para elegir la profesión que le plazca. Nadie le podrá impedir, por ejemplo, que establezca una joyería, o un Banco. También tendrá libertad para escoger su residencia. Podrá morar en Niza, en Deauville o en un palacio en las afueras de Bilbao. Antes se abrirá la tierra que permitir que se le ponga coto a la libre emisión del pensamiento. La viuda será muy dueña de lanzar un rotativo como aquel en que su marido trabajaba. Y como, además, las leyes protegen la libertad religiosa, le estará permitido fundar una secta y abrir una capilla.

  Toda esa riqueza jurídica, ¿no conforta a cualquiera? Claro está que la viuda acaso no sienta la comezón urgente de escribir artículos políticos o fundar religiones. Tal vez, por otra parte, tropiece con algún pequeño obstáculo para establecer una fábrica o un gran rotativo, por ejemplo. Pudiera ocurrir que su mayor apremio consistiera en hallar sustento para sí y para sus hijos. Pero eso es, cabalmente, lo que no le proporciona el Estado liberal. Derecho a comer, sí, sin duda alguna. Pero ¿comida?

  La pobre viuda tendrá que capitular en la dura pelea. Aceptará lo que le den por coser diez horas a domicilio. Ayunará para que sus hijos se forjen la ilusión de que comen algo. Y mientras, por las noches, en la buhardilla tenebrosa, se queme los ojos sobre las puntadas, no faltarán oradores liberales que preparen párrafos como éste: "Ya no existe la esclavitud. Gracias a nuestras leyes, nadie puede ser forzado a trabajar sino en el oficio que libremente elija."

  He aquí cómo el Estado liberal, mero declamador de fórmulas, no sirve para nada cuando más se le necesita. Las leyes lo permiten todo; pero la organización económica, social, no se cuida de que tales permisos puedan concretarse en realidades.

  Lector: si vive usted en un Estado liberal procure ser millonario, y guapo, y listo y fuerte. Entonces, sí, lanzados todos a la libre concurrencia, la vida es suya. Tendrá usted rotativa en que ejercitar la libertad de pensamiento, automóviles en que poner en práctica su libertad de locomoción ... ; cuanto usted quiera. ¡Pero ay de los millones y millones de seres mal dotados! Para esos, el Estado liberal es feroz. De todos ellos hará carne de batalla en la implacable pugna económica. Para ellos –sujetos de los derechos más sonoros y más irrealizables– serán el hambre y la miseria.

  Eso ya lo ha visto la Humanidad. Por eso, para juzgar los sucesos políticos, exige medidas más profundas que las del rotativo de la mañana. Quiere Estados que no se limiten a decirnos lo que podemos hacer. sino que nos pongan a todos, protegiendo a los débiles, exigiendo sin rencor sacrificios a los poderosos, en condiciones de poder hacerlo. Dos tipos de Estado intentan el logro de tal ambición. Uno es el estado socialista, justo en su punto de arranque, pero esterilizado después, por su concepto materialista de la vida, y por su sentido de lucha entre clases. El otro es un Estado que aspira a la integración de los pueblos, al calor de una fe común. Su nombre empieza con efe. ¿Puede decirse ya?

  JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

  La Nación, 25 de septiembre de 1933.

lunes, 10 de enero de 2011

ESPAÑA AL AZAR

  En pocos partidos falta un hombre aprovechable. Lo que no tiene cura es el sistema de los partidos. Lo hemos visto reiteradamente en la sucesión de ensayos que nos ha tocado soportar, y vamos a verlo de nuevo con ocasión de las próximas elecciones.

  La experiencia –que, por otra parte, no ha hecho más que confirmar lo que ya promulgaba la razón– pudiera formularse con la exactitud de una ley matemática: No hay política posible, ni historia posible, ni Patria posible, si cada dos años se pone todo en revisión con motivo de unas elecciones.

  Las grandes arquitecturas históricas han sido, cuando menos, la obra de la vida entera de un jefe o de un rey. Las más de la veces han sido la obra de toda una dinastía. En otras partes, la de una revolución que ha impuesto sus principios y se ha mantenido en ellos durante cuarenta o cincuenta años, mediante la sucesión en el Poder de hombres ungidos por el derecho de la revolución misma. De no ser así, todo esfuerzo es inútil: ni en dos ni en cinco años da tiempo a realizar nada, y es cosa sabida que la impaciencia popular se inclina cada dos años, o cada cinco, a cambiar de postura. No hay tiempo sin incomodidad, y el juicio simple de las masas tiende siempre a recibir lo bueno de cada tiempo como cosa natural y gratuita, y lo malo como consecuencia de la torpeza de los gobernantes. Nunca se juzga a los gobernantes por lo que han hecho, sino por lo que han dejado de hacer. De este modo, como nadie en el mundo es capaz de hacer todo lo imaginable nadie está libre de que la crítica se ensañe con lo que no hizo.

  Esta crítica de lo que falta, este llorar por lo que queda, es el mejor resorte del conjunto de falacias, injusticias y embustes que se llama la propaganda electoral. Los más insignes edificadores de pueblos no hubieran rematado sus obras si cada dos años o cada tres, en plena tarea, cuando aún era tan difícil entrever los resultados finales, hubiesen tenido que someterse a la dirección irresponsable de todos los demagogos en todas las tabernas de todos los pueblos.

  El sistema sufragista no sólo se resiente de todos los vicios de la demagogia, sino que los estimula. Para ganar votos hay que excitar a los electores. Entre candidato y candidato se entablan pugilatos a muerte; cada uno tiene que aumentar la dosis de excitante suministrada por el rival. Cuando se agotan las reservas conocidas, urge echar mano de nuevos venenos no probados antes. Hay drogas políticas, como el nacionalismo, que acaso no hubieran llegado a nacer si no hubieran sido requeridas por algún candidato, en trance electoral, para flagelar la sensibilidad de las masas votantes, ya acaso embotadas por el abuso de otras drogas envejecidas.

  No puede haber un solo hombre normal que defienda de buena fe este sistema diabólico. Sólo odiando al pueblo se le puede desear un sistema que le convierte, cada dos o tres años, en campo de experimentación de todos los imbéciles, ambiciosos, frenéticos, logreros y farsantes. Sobre una masa popular ingenua, tierna, fácil a la credulidad y a la cólera, se permite la avenida de todo el hampa electoral, diestra en el juego de las torturas y las mentiras. Unos candidatos saldrán triunfantes, y otros vencidos; de unos y de otros se sabrá poco hasta las próximas elecciones; pero en pos de ellos habrán quedado, envenenando almas, embalses enormes de rencor sin alivio posible, porque los demagogos, para alimentar el rencor, encienden apetitos irrealizables.

  ¿Por qué no se tolera la venta pública de estupefacientes y novelas pornográficas y sí se tolera este mercado libre de estupefacientes políticos? Se tolera, simplemente, porque el Estado, que admite el sistema, no cree en sí mismo ni en su propia misión justificante, y para hacer perdonar la injusticia de existir tiene que simular que se pone en juego, cada dos o tres años, su propia existencia. Nuestro Estado, que tendrá la conciencia de su gran misión al servicio de la unidad eterna de España, no permitirá que España se juegue a este turbio azar de las urnas.

(Arriba, núm. 25, 26 de diciembre de 1935)

domingo, 2 de enero de 2011

HOJAS DE LA FALANGE.- OBREROS ESPAÑOLES

  Todos los trabajadores, ante la angustiosa situación presente, han de preguntarse a qué se debe el que, a pesar de los constantes cambios de Gobierno, a pesar de haber gobernado las izquierdas, a pesar de los Gobiernos de centro y de derecha, el paro aumente sin cesar, la carestía de vida se haga cada vez más agobiadora y la pugna entre las clases sea cada día más áspera. Fácil es comprobar la existencia de estos problemas y aun su agravación. Con Gobiernos en que figuraban ministros socialistas, todas las calamidades que abruman a la masa obrera no sólo no tuvieron solución, sino que se agudizaron. Con Gobiernos de derecha, toda la política se orienta en contra de los productores; empeoran las condiciones de trabajo, se reducen los jornales, aumentan las jornadas, se los persigue, etc. ¿Qué significa esta coincidencia en el fondo de los partidos políticos, sean de derechas o sean de izquierdas? Significa que el régimen de partidos es incapaz de organizar un sistema económico que ponga a cubierto a la masa popular de estas angustias; que tanto unos partidos como otros están al servicio del sistema capitalista.

  Mientras la terrible crisis económica actual ha arruinado o está en camino de arruinar a los modestos productores, y la masa obrera sufre como nunca la pesadilla del paro, la cifra de los beneficios obtenidos por los beneficiarios del orden actual de cosas, los dueños de la Banca, es elevadísimo.

  Así la tarea urgente que tienen los productores es ésta: destruir el sistema liberal, acabando con las pandillas políticas y los tiburones de la Banca. Pero para llevarla a cabo se ofrecen dos caminos: el camino comunista y el camino nacionalsindicalista. No hay más salidas. Los dos aspiran a hacer astillas este orden de cosas; los dos quieren un orden nuevo.

  Ahora bien: ¿son igualmente fecundos, eficaces, ambos?

  Cada día es más patente la influencia comunista de Rusia en el seno de la masa obrera, transportada tanto por los partidos comunistas como por los socialistas. Las consignas de la Tercera Internacional son las que animan al movimiento marxista. Aquí, en España, los partidarios de la orientación comunista dentro del partido socialista son cada día más numerosos.

  Pero el triunfo comunista en España, ¿beneficiaría a la clase trabajadora? Este es el problema que tenemos que esclarecer, poniendo un especial y honrado propósito. Si el comunismo proporciona un nivel de vida más decoroso, si satisface los ideales de una empresa común, la elección no es dudosa. Pero el comunismo ¿es capaz de realizar estos objetivos?

RUSIA

  En Rusia, donde más lejos ha ido este ensayo comunista, salta a la vista no sólo que ni económica ni políticamente han ganado nada los trabajadores (existe el régimen de salario, los jornales son bajísimos, la carestía de los artículos de primera necesidad es mayor que en ningún país de Europa, según cifras dadas por periódicos rusos, como Pravda e Izvestia y la libertad política está de hecho anulada), sino que, además de eso, les han arrebatado toda la dignidad como hombres y los han convertido en una pieza fría de la máquina montada por los nuevos privilegiados: la burocracia oficial, reclutada entre los viejos militantes comunistas. Esto, que debiera bastar para repeler el comunismo, es poco si tenemos en cuenta que aquí el movimiento estaría no al servicio de un interés español, sino supeditado a las necesidades de Moscú. El triunfo del comunismo no sería el triunfo de la revolución social de España: sería el triunfo de Rusia. Y no hay sino mirar la política turbia que hace Rusia con los grandes estados capitalistas para deducir 'los fines que persigue al intentar provocar el estallido revolucionario dirigido y financiado por ella. Seríamos ni más ni menos que una colonia rusa, y es buena prueba de lo que haría con los obreros de España ver cómo trata hoy a los dirigentes comunistas. Por sus servicios les da unos rublos; pero, en cambio, los maneja como autómatas y los convierte en instrumentos ciegos, serviles de su política.

  Pues bien: si el comunismo acaba con muchas cosas buenas, como el sentimiento familiar y la emoción nacional; si no dan pan ni libertad y nos pone a las órdenes de una nación extranjera, ¿qué hacer? No vamos a resignarnos con la continuación del régimen capitalista. Hay una cosa de toda evidencia: la crisis del sistema capitalista y sus estragos, ni siquiera atenuados por el comunismo. ¿Qué hacer, pues? ¿Estamos en un callejón sin salida? ¿No hay solución para el hambre de pan y justicia de las masas? ¿Tendremos que optar entre la desesperación del régimen burgués y la esclavitud de Rusia?

LLAMAMIENTO

  No. El Movimiento Nacionalsindicalista está seguro de haber encontrado una salida justa: ni capitalista ni comunista. Frente a la economía burguesa individualista se alzó la socialista que atribuía los beneficios de la producción al Estado, esclavizando al individuo. Ni una ni otra han resuelto la tragedia del productor. Contra ella levantamos la sindicalista, que no absorbe en el Estado la personalidad individual ni convierte al trabajador en una pieza deshumanizada del mecanismo de la producción burguesa. Esta solución nacionalsindicalista ha de producir las consecuencias más fecundas. Acabará de una vez con los intermediarios políticos y los parásitos. Aliviará a la producción de las cargas con que la abruma el capital financiero. Superará su anarquía, ordenándola. Impedirá la especulación con los productos, asegurando un precio remunerador. Y, sobre todo, asignará la plusvalía, no al capitalista, no al Estado, sino al productor encuadrado en sus sindicatos. Y esta organización económica hará imposible el espectáculo irritante del paro, de las casas infectas y de la miseria. ¡Trabajadores, alerta! El comunismo y todo el movimiento internacionalista trata de especular con las masas obreras. Con los mismos tópicos que en 1914 –libertad, democracia, progreso– intentan arruinar al Estado en beneficio del que paga: Rusia. Las concentraciones populares antifascistas son el taparrabos de los apetitos de Moscú. Ayer imponía la consigna de clase contra clase, de lucha violenta en las calles; hay quiere meter a la masa obrera en andanzas electorales, obligándola con los partidos burgueses de izquierdas. Los obreros, con este cambio de táctica, no van a ganar nada; perderán, tanto si aúpan a las izquierdas burguesas como si llevan a participar en el Gobierno a los comunistas y socialistas. Las izquierdas burguesas, bien avenidas con el capitalismo internacional y los marxistas al servicio de Rusia, harán la política que les ordenen sus amos, no la que interese a los obreros españoles. Los trabajadores harán, una vez más, de carne de cañón, y al final no hallarán ni el pan ni la libertad.

  ¡Trabajadores! ¡Camaradas! Se acercan momentos decisivos. Nadie puede estar cruzado de brazos. Está pendiente la suerte de todos. 0 los trabajadores, enérgicamente, implacablemente, terminan con el gran capitalismo financiero y se unen al Movimiento Nacionalsindicalista para imponer el régimen de solidaridad nacional, o el intemacionalismo nos convertirá en cipayos de cualquier gran poder extranjero.

  El movimiento Nacionalsindicalista, consciente de su fuerza y de su razón, mantiene el fuego contra todos los enemigos; contra las derechas, contra las izquierdas, contra el comunismo, contra el capitalismo. Por la Patria, el Pan y la Justicia. Estamos seguros de vencer. Lo exige así el interés de los productores y la conveniencia nacional. Impondremos sin contemplaciones un orden de cosas nuevo, sin hambrientos, sin políticos profesionales, sin caciques, sin usureros y sin especuladores.

  ¡Ni derechas ni izquierdas! ¡Ni comunismo ni capitalismo! Un régimen nacional. ¡El régimen Nacionalsindicalista! ¡Arriba España!

(Arriba, núm. 20, 21 de noviembre de 1935)