lunes, 30 de julio de 2012

CRISIS DEL LIBERALISMO

(Carta publicada en "ABC" el 22 de marzo de 1933.)

A Juan Ignacio Luca de Tena:

Sabes bien, frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a una plaza en la jefatura del fascio, que asoma. Mi vocación de estudiante es de las que peor se compaginan con las de caudillo. Pero como a estudiante que ha dedicado algunas horas a meditar el fenómeno, me duele que ABC –tu admirable diario– despache su preocupación por el fascismo con sólo unas frases desabridas, en las que parece entenderlo de manera superficial. Pido un asilo en las columnas del propio ABC para intentar algunas precisiones. Porque, justamente, lo que menos importa en el movimiento que ahora anuncia en Europa su pleamar, es la táctica de fuerza (meramente adjetiva, circunstancial acaso, en algunos países innecesaria), mientras que merece más penetrante estudio el profundo pensamiento que lo informa.

El fascismo no es una táctica –la violencia–. Es una idea –la unidad–. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria. La Patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan –aunque sólo sea con las armas de la injuria– varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.

En un Estado fascista no triunfa la clase más fuerte ni el partido más numeroso –que no por ser más numeroso ha de tener siempre razón, aunque otra cosa diga un sufragismo estúpido–, que triunfa el principio ordenado común a todos, el pensamiento nacional constante, del que el Estado es órgano.

El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en sí propio. Asiste con los brazos cruzados a todo género de experimentos, incluso a los encaminados a la destrucción del Estado mismo. Le basta con que todo se desarrolle según ciertos trámites reglamentarios. Por ejemplo: para un criterio liberal, puede predicarse la inmoralidad, el antlpatriotismo, la rebelión... En esto el Estado no se mete, porque ha de admitir que a lo mejor pueden estar en lo cierto los predicadores. Ahora, eso sí: lo que el Estado liberal no consiente es que se celebre un mitin sin anunciarlo con tantas horas de anticipación, o que se deje de enviar tres ejemplares de un reglamento a sellar en tal oficina. ¿Puede imaginarse nada tan tonto? Un Estado para el que nada es verdad sólo erige en absoluta, indiscutible verdad, esa posición de duda. Hace dogma del antidogma. De ahí que los liberales estén dispuestos a dejarse matar por sostener que ninguna idea vale la pena de que los hombres se maten.

Han pasado las horas de esa actitud estéril. Hay que creer en algo. ¿Cuándo se ha llegado a nada en actitud liberal? Yo, francamente, sólo conozco ejemplos fecundos de política creyente, en un sentido o en otro.

Cuando un Estado se deja ganar por la convicción de que nada es bueno ni malo, y de que sólo le incumbe una misión de policía, ese Estado perece al primer soplo encendido de fe en unas elecciones municipales.

Para encender una fe, no de derecha (que en el fondo aspira a conservarlo todo, hasta lo injusto), ni de izquierda (que en el fondo aspira a destruirlo todo, hasta lo bueno), sino una fe colectiva, integradora, nacional, ha nacido el fascismo. En su fe reside su fecundidad, contra la que no podrán nada las persecuciones. Bien lo saben quienes medran con la discordia. Por eso, no se atreven sino con calumnias. Tratan de presentarlo a los obreros como un movimiento de señoritos, cuando no hay nada más lejano del señorito ocioso, convidado a una vida en la que no cumple ninguna función, que el ciudadano del Estado fascista, a quien no se reconoce ningún derecho sino en razón del servicio que presta desde su sitio. Si algo merece llamarse de veras un Estado de trabajadores, es el Estado fascista. Por eso, en el Estado fascista –y ya lo llegarán a saber los obreros, pese a quien pese– los sindicatos de trabajadores se elevan a la directa dignidad de órganos del Estado.

En fin, cierro esta carta no con un saludo romano, sino con un abrazo español. Vaya con él mi voto por que tu espíritu, tan propicio al noble apasionamiento, y tan opuesto, por naturaleza, al clima soso y frío del liberalismo, que en nada cree, se encienda en la llama de esta, nueva fe civil, capaz de depararnos fuerte, laboriosa y unida una grande España.

JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA

(ABC,
22 de marzo de 1933)

domingo, 1 de julio de 2012

DECLARACIONES EN "AHORA"


¿Existe en España un peligro cierto de subversión? –Creo que sí–contestaba José Antonio–. Hay un peligro revolucionario cierto, al que hay que hacer frente por dos flancos: uno, preparándose el Estado a defenderse materialmente, y otro, yendo de veras al fondo del problema social para remediarlo. No se puede ignorar ni falsificar este problema social, y ésas son las dos tendencias. De ignorancia y falsificación son las que se están viendo fuera del partido socialista. Una aspira a dedicarse a vivir pacíficamente dentro de una República burguesa, como si no hubiera un problema social tan hondo entre nosotros, y la otra procura falsificar el tratamiento de la cuestión social, convirtiéndolo en una colección de concesiones, como si sirviera para algo el sistema de limar las uñas a la revolución. Lo que hay que hacer es interesar al pueblo en una misma empresa común de mejoramiento, pero no que una clase se dedique a echarle pedazos de carne a otra, irritada y hambrienta, a ver si la aplaca. Hay que tratar la cuestión profundamente y con toda sinceridad, para que la obra total del Estado sea también obra de la clase proletaria. Lo que no se puede hacer es tener a la clase proletaria fuera del Poder. Esto es un hecho decisivo. La clase proletaria, en sus luchas, ha ganado su puesto en el Poder, y quererla dejar de nuevo a la puerta de la gobernación es totalmente imposible. La única solución es que estas fuerzas proletarias pierdan su orientación internacional o extranacional y se conviertan en una fuerza nacional que se sienta solidaria de los destinos nacionales.

–¿Cree usted posible esta transformación de los socialistas?

–Yo creo que sí, que todo socialista español es español a nada que se le rasque, y, por tanto, conservaría sólo lo que tiene de mejor el socialista, que es la tendencia al mejoramiento del obrero y la voluntad de justicia social. Si nosotros tuviéramos socialistas de tipo germánico, marxistas de laboratorio, entonces la cosa sería mucho más difícil; pero creo que casi todo socialista español lleva dentro un español socialista, lo cual es muy distinto.

–Lo que no parece fácil es que el obrerismo español esté propicio a esa sustitución de sus ideales.

–Tal vez no sea fácil, y por ello la obra resulta más atractiva. Pero al final lo entenderán. Frente a nuestro movimiento toda la táctica que se sigue es de deformación. ¡Nadie lo combate de frente; no hay un solo periódico antifascista que tenga la lealtad de combatir al fascismo de frente, sino que lo desfiguran diciendo que es un movimiento de opresión para los obreros! Toda persona medianamente culta sabe que no es eso, sino más bien todo lo contrario.

Ante la amenaza de una subversión que esgrime la masa proletaria no hay más que una de estas soluciones: entregarle el Poder, pactar con ella o convertirla en una fuerza de otro tipo. Las dos primeras soluciones son problemas de Gobierno. Como nosotros no estamos en el Poder, no son de nuestra incumbencia. La tercera es la que nosotros pretendemos y pensamos lograrla mediante la propaganda y la penetración espiritual de las multitudes.

–¿No cree usted en la eficacia de una solución intermedia?

–Esa ha sido la idea de los partidos populistas. Pero a todos los partidos populistas les pasa lo que a la leche esterilizada, que a fuerza de no tener microbios no tiene vitaminas. No representan el peligro que la experiencia fascista lleva en sí, pero no tienen tampoco nuestra fuerza espiritual ni la de los socialistas.

–Sin embargo, todo parece indicar que en el caso de que los socialistas intentaran, aleccionados por la experiencia de Italia y Alemania, un asalto al Poder, quienes tendrían que dar la batalla a la revolución serían las fuerzas de este tipo, los populistas; es decir, Acción Popular.

–¡Como no lo haga la Guardia Civil y la Guardia de Asalto..!

–¿No cree usted en la eficacia de esa organización ciudadana?

–No; primero, porque me parece que no tienen ningún elemento eficaz que utilizar, y segundo, porque jugarse la vida es menos frecuente de lo que parece. La vida no se juega nunca más que por una razón muy fuertemente espiritual. Las milicias conservadoras no existen en este aspecto de la lucha a vida o muerte, porque puestas a defender bienes materiales, la vida siempre vale más.

–En estas condiciones, las fuerzas socialistas, si se adelantan a toda posible organización fascista, tienen muchas probabilidades de triunfar, ¿no es eso?

–No sé. En este momento, y sin hablar de nosotros, evidentemente, la única organización civil fuerte es la socialista.

–¿Hay algo que una a todas las fuerzas de la derecha bajo un denominador común?

–Ese denominador común tampoco lo veo. Yo soy poco aficionado a buscarlo. En todas las alianzas se coincide siempre en lo menos expresivo. Toda coincidencia es una transacción en la que cada uno va dejando lo más enérgico para coincidir en lo más blando. No creo que ante la amenaza de una revolución se pueda levantar el arma de un elemental instinto de defensa, sino otra aspiración revolucionaria, otro entusiasmo de la misma fuerza poética, y ese entusiasmo, que es el que tenemos nosotros en este momento, no creo que tenga ningún antecedente en la actual política española. Hay un grupo, que es el tradicionalista, que tiene positiva savia española y una tradición guerrera auténtica, pero en cambio le falta una cierta sensibilidad y técnica moderna, y probablemente, una adaptación a lo social. Su visión de lo social no es la de nuestros días, aunque tiene muy buena solera gremial. Creo, por tanto, que no sería fuerza suficiente para detener una revolución, a pesar de ser la fuerza de derecha que tiene más espíritu.

–¿Pude haber alguna correspondencia entre este espíritu combativo de ustedes o de los tradicionalistas y la colaboración gubernamental en estos momentos?

–Yo ignoro la relación en que pueda estar el Gobierno con los demás grupos o con Acción Popular. Con nosotros, en ninguna.

–¿Y en el porvenir?

–Yo creo que el porvenir nuestro no va a ser, probablemente, nada que nazca de un contacto con los grupos ya formados, sino que por fuerza esos mismos grupos se vaciarán de su juventud, que vendrá a nosotros. El papel que le va a corresponder a Gil Robles va a ser el de actuar frente a la revolución, con los instrumentos del Poder en la mano. Gracias a esa fuerza parlamentaria y electoral que le ha dado un grupo mayor que los demás en la Cámara, va a ser presidente del Consejo o ministro de la Gobernación, y entonces reprimirá la revolución, pero no con la eficacia de un espíritu que ha vencido a otro, sino con el significado de una organización técnica de lucha mejor. Al asalto de los revolucionarios con fusiles podrá oponer ametralladoras y carros de combate. Pero esto no es un encuentro de dos tendencias revolucionarias, sino de una tendencia política contra un arsenal, contra una técnica militar. Por tanto, eso no creo que cambie en nada la cuestión de la futura posible revolución española.

–Entonces, ¿ustedes no tienen más que esperar a que Gil Robles y su movimiento cumplan su misión y sean superados?

–Pero se puede esperar dormido o despierto. Nosotros esperamos despiertos.

–Está bastante extendida la convicción de que el fascismo no podrá arraigar en España. ¿Que tiene usted que oponer a esta convicción?

–Yo creo que sí arraigará. España ha realizado obras de disciplina maravillosas. Lo que pasa es que esta necesidad nos coge 'después de un siglo de decadencia. En este momento, nuestras virtudes de disciplina y de organización tal vez estén muy enervadas, pero nadie nos dice que no vamos a ser capaces de encontrar el medio de despertarlas. El fascismo es una actitud universal de vuelta hacia uno mismo.Nos dicen que invitamos a Italia. Sí, lo hacemos en lo de buscar nuestra íntima razón de ser en las entrañas propias. Pero esa actitud, copiada, si se quiere, aunque sea eterna, da los resultados más auténticos. Italia se ha encontrado a Italia.
Nosotros, volviéndonos hacia nosotros, encontraremos a España.

–El fascismo es esencialmente nacionalista. ¿En qué radica el nacionalismo que ustedes quieren estimular?

–La Patria es una misión. Si situamos la idea de Patria en una preocupación territorial o étnica, nos exponemos a sentirnos perdidos en un particularismo o regionalismo infecundo. La Patria tiene que ser una misión. No hay continentes ya por conquistar, es cierto, y no puede haber ilusiones de conquista. Pero va caducando ya en lo internacional la idea democrática que brindó la Sociedad de las Naciones. El mundo tiende otra vez a ser dirigido por tres o cuatro entidades raciales. España puede ser una de estas tres o cuatro. Está situada en una clave geográfica importantísima, y tiene un contenido espiritual que le puede hacer aspirar a uno de esos puestos de mando. Y eso es lo que puede propugnarse. No ser un país medianía; porque o se es un país inmenso que cumple una misión universal, o se es un pueblo desgradado y sin sentido. A España hay que devolverle la ambición de ser un país director del mundo.

–No todos los ciudadanos son capaces de concebir los grandes ideales nacionalistas. Al hombre sencillo del pueblo, ¿qué puede llevarle al fascismo?

–Para el que no sea asequible el gran ideal nacional, queda el motor del ideal social. Indudablemente, el contenido próximo del movimiento está en la justicia social, en una elevación del tipo de vida. El fascismo aspira a la grandeza nacional; pero uno de los escalones de esta grandeza es el 1 mejoramiento material del pueblo. Lo social es una aspiración interesante aun para mentalidades elementales; pero, además, lo nacional es asequible a mucha más gente de lo que se cree. Todo socialista español lleva dentro un nacionalista.

(Ahora, 16 de febrero de 1934)