martes, 26 de octubre de 2010

DISCURSO PRONUNCIADO EN PAMPLONA, EN EL CENTRO LOCAL DE FALANGE, EL 15 DE AGOSTO DE 1934

  "Unidad frente a nacionalismo"

  De esta reunión tenemos que salir con el propósito resuelto de constituirnos cada uno en un propagandista. Y tenemos que hacer la propaganda de dos maneras: una, con la ejemplaridad de nuestra conducta; otra, con la difusión de unas cuantas ideas que voy a tratar de precisar.

  Nuestro Movimiento es el único Movimiento completo; el único que mira todo el problema de España en su integridad, de frente. Los demás son movimientos sesgados, que ven a España desde puntos de vista parciales. Como ejemplo de estos movimientos incompletos, los que más pueden interesar en esta región son el nacionalismo y el socialismo. Hay que hablar un poco acerca de ellos.

  El nacionalismo eleva las características nativas (lengua, costumbres, paisaje) a esencias nacionales. Se empeña en considerar que son las características nativas lo que constituye una nación. Y no es eso: las naciones son aquellas unidades, de composición más o menos varia, que han cumplido un destino universal en la Historia. La unidad de destino es la que une a los pueblos de España. Y entendida España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa, con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas– a las glorias del destino común. ¿Qué amor al pueblo vasco es el de esos nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el signo de España?

  El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar la suerte de la clase menos favorecida, sino aprovechar sus torturas para agitarla por el camino de la revolución social. Así el movimiento socialista tiende a la proletarización de los obreros, es decir, a borrar las diferencias entre obreros incalificados y obreros calificados, con objeto de impedir que éstos destaquen de la masa propicia a la revolución; desdeña, además, al pequeño campesino autónomo, cuya vida es, a veces, mucho más dura que la del obrero; pero que no le sirve al socialismo para su revolución, y provoca, por último, con huelgas políticas la ruina de las industrias, porque lo que quiere es masas de proletarios sin trabajo, desesperados, que declaren la revolución. En las cartas cruzadas entre Marx y Engels, los autores del "Manifiesto comunista", se habla de los obreros llamándoles "la canalla destinada a hacer con sus puros la revolución".

  Como el socialismo sólo busca la revolución social, hace del hombre una helada máquina de angustia y de odio, desligado de todo sentimiento: la religión, la Patria, la familia, el pudor mismo, son extirpados del obrero como sentimientos burgueses.

  Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española de las J.O.N.S. contempla al pueblo en su integridad y quiere vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico, universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los españoles de todas clases.

  Si fundimos estas dos cosas, lo nacional, con todo lo que esto envuelve, y lo social, con todo lo que esto exige, nos cabrá la gloria de legar una España grande a los que nos sucedan.

  (Breve "Discurso de la Unidad Española", pronunciado por José Antonio en Pamplona el 15 de agosto de 1934, en el Centro local de Falange, instalado en el paseo de Valencia. La fotocopia autógrafa apareció en ¡Arriba España!, de Pamplona, y fue reproducido por vez primera en la revista Jerarquía, de Pamplona, número de octubre de 1937).

  Pueblo Vasco, San Sebastián, 17 de agosto de 1934.
  

viernes, 22 de octubre de 2010

ESPAÑA, A LA DERIVA

LAS DERECHAS, EN BABIA.–EL GOBIERNO, PERPLEJO.–EL MARXISMO, A LA VISTA.–MIENTRAS TANTO, ADELANTE CON LA EUFORIA!

  Reaparecemos. Es decir, ¿reaparecemos? Nadie nos lo puede decir en el instante de trazar estas líneas. Aún rige el estado de prevención: este número ha de ser presentado en el Gobierno Civil dos horas antes de la salida. En esas dos horas, visto con lupa, puede revelar el periódico cosas delictivas que aviven el celo del gobernador, del fiscal y del juez de guardia. Así, es muy probable que el número entero sea recogido por la policía. Con ello se evitará el Gobierno un motivo de inquietud. Para este inefable Gobierno que nos disfrutamos hay una fórmula admirable con que mantener la paz pública: consiste en repartir los palos entre los que delinquen y sus adversarios, por pasivos que éstos permanezcan. Cuidando, eso sí, de que los palos caigan más moderadamente del lado de quienes son tenidos por más peligrosos, aunque sean los más culpables.

  Así, el temor de una revolución socialista –proclamado en el mismo Parlamento– no ha llevado al ministro de la Gobernación a ordenar registros en las Casa del Pueblo –donde se sospecha que haya arsenales– ni a fiscalizar seriamente la actividad de muchos agitadores destacados, sino a compensar las leves medidas tomadas contra ellos con la suspensión de F.E. y de la revista J.0.N.S., con la clausura pertinaz de todos nuestros centros y con el encarcelamiento de muchos camaradas, no sólo no agresores, sino patentemente agredidos.

  Este es el genio político de quienes imaginan gobernarnos. ¡Adelante con la euforia!

LAS DERECHAS, EN BABIA

  En el primer número de F.E. quisimos publicar un artículo titulado "La victoria sin alas". El señor fiscal lo denunció, él sabrá por qué. En el segundo número afirmamos la misma tesis en otro titulado "Victorias inútiles". A los seis meses de experiencia, ¿no hay motivo para que nos ufanemos de haber visto claro? La victoria electoral de las derechas no ha servido para nada. Era una victoria sin fe: fue el resultado de una suma de todos los egoísmos ante el peligro de una revolución. Se obtuvo mediante toda suerte de pactos y de argucias; en muchas provincias fueron aliadas las derechas católicas con masones conspicuos afiliados al partido radical; en otras muchas se estimuló por todos los medios la abstención electoral de los n–úlitantes de la C.N.T. Triunfó la maña y el dinero, no triunfó el espíritu. Y sin espíritu no se hace nada, diga lo que diga el señor Gil Robles, genio de lo prosaico. En política, como en deporte, es muy fácil alcanzar las marcas corrientes; pero desde ellas a los logros inasequibles hay una distancia de centímetros o de segundos sólo superable por los elegidos. El señor Gil Robles, a quien alguien llamó prematuramente "atleta vencedor", ha sabido hacer, de prisa, el recorrido de los buenos gimnasias de serie; ¡pero nunca, nunca, logrará la gracia y la alegría del último esfuerzo, que es el que depara el campeonato!

  De esta manera las derechas gubernamentales fofas, confusas, faltas de fervor y de claridad, desmayan en el Parlamento, no obstante sus reiteradas afirmaciones de adhesión al régimen, reducidas al triste papel de llevar la cola a la minoría superviviente del partido radical.

EL GOBIERNO, PERPLEJO

  ¿Y el Gobierno, entretanto? Pero, ¿hay Gobierno? Véase, por ejemplo, el caso de la Generalidad de Cataluña. El Gobierno, con dudosa prudencia, impugnó ante el Tribunal de Garantías una Ley de Cultivos votada por el Parlamento catalán. El Tribunal la anuló. Pero la Generalidad declaró abiertamente que menospreciaba la sentencia del Tribunal. ¿Qué hizo entonces el Gobierno? Por extraño que parezca, el Gobierno no hizo nada; dio a entender, sibilinamente, que tenía una fórmula: primero, la fórmula era jurídica; luego, al parecer, se transformó en fórmula gubernamental. Lo cierto, con todo, es que la fórmula no existía. El silencio del señor Samper era un silencio de esfinge sin secreto. Cuando, ante el Parlamento, fue imposible aplazar más el que se hablara del problema de Cataluña, el señor Samper rogó que la discusión fuera aplazada, porque corría prisa aprobar los presupuestos. Ahora, al cabo de tres semanas, el Gobierno obtiene un voto de confianza de las Cortes para resolver el problema de Cataluña. Cuando hay confianza da gusto. Pero si a alguien que no sabe tocar el piano le dan un voto de confianza para que lo toque, ¿saldrá bajo sus dedos, por la simple virtud de esa confianza, la Novena Sinfonía?

EL MARXISMO, A LA VISTA

  Y mientras el Gobierno divaga, ¡otra vez la revolución!, pero no la revolución verdadera, la integradora, la española que nosotros queremos a todo trance, sino la de facción y secta, antiespañola, materialista, marxista.

  Nadie ignora que en el partido socialista se dibuja una disidencia: a un lado, los socialistas no marxistas, ideólogos de una organización social más justa, pero ni partidarios de una subvención violenta ni desprendidos del sentido espiritual nacional; a otro lado los puros marxistas, áridos, fríos, rencorosos, entre cuyas manos el Poder sería una reproducción satánica de la tiranía rusa. Ni Dios, ni Patria, ni pudor, ni familia, ni creación personal en el arte. Como en Rusia.

  Esta ala del socialismo va siendo cada vez más fuerte y va ganando a las juventudes. Ya tiene nutridísimos repuestos de armas. Se encuadra, además, en milicias. Una mística del marxismo revolucionario extirpa las últimas raíces españolas en el alma de esas juventudes. La revolución, de tipo ruso, se prepara.

  Y mientras tanto, el Gobierno suspende F.E. y J.0.N.S., cierra nuestros centros, nos encarcela y nos multa. Pero con los marxistas, ¡nada! Algún simulacro de persecución; ningún indicio resuelto de combate. La policía sabe dónde hay depósitos de armas, mucho más importantes que los descubiertos; al parecer se ha considerado táctico no descubrirlos.

  Para un Estado de tipo liberal lo accidental es siempre lo que prevalece. Por eso no combate, sino que esquiva. No cree tener razón y por eso no acomete resueltamente a los que quieren derribarlo. Se limita a agotar su languidez como si fuera vida.

LLAMADA

  Este es el panorama de nuestra España hoy: unas derechas blandas, un Gobierno vacilante y la anti-España a marchas forzadas sobre lo que queda. Marxismo, separatismo. La anti-España, en suma.

  Pero ¡no pasarán! Contra todas las indiferencias, contra todas las inasistencias, frente a todos los peligros, en vida y en muerte, las firmes escuadras nacionalsindicalistas recorrerán a España de punta a punta, multiplicarán sus toques de alarma, y no darán paz a los asaltantes ni a los traidores.

núm. 13, 5 de julio de 1934)
  (F.E.,


Un pequeño homenaje a este gran hombre

miércoles, 20 de octubre de 2010

SEÑORITISMO

  Ya son bastantes los que cuando nos ven nos saludan con el brazo en alto. Pero da la casualidad de que muchos saludan así en presencia de un whisky, al que consagran, sorbo a sorbo, las mejores horas de un día cuyo rendimiento conocido empieza a la una de la tarde.

  Esos mismos que así intercalan el saludo romano entre el whisky y nuestra presencia son los más apremiantes en sus censuras por nuestra lentitud, los más exigentes en los propósitos de represalias y los más radicales en la elección verbal de los procedimientos combativos.

  Bueno es hacer constar que luego, a la hora de la verdad, no se halla a los tales repartiendo y recibiendo, golpes. Ni, más modestamente, se los encuentra propicios a suministrar el más moderado auxilio económico.

* * *

  No es, pues, inoportuno empezar a poner las cosas en claro.

  A Falange Española no le interesa nada, como tipo social. el señorito.

  El "señorito" es la degeneración del "señor", del "hidalgo" que escribió, y hasta hace bien poco, las mejores páginas de nuestra historia. El señor era tal señor porque era capaz de "renunciar", esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de "servicio". Nobleza obliga, pensaban los hidalgos, los señores; es decir, nobleza "exige". Cuanto más se es, más hay que ser capaz de dejar de ser. Y así, de los padrones de hidalguía salieron los más de los nombres que se engalanaron en el sacrificio.

  Pero el señorito, al revés que el señor, cree que la posición social, en vez de obligar, releva. Releva del trabajo, de la abnegación y de la solidaridad con los demás mortales. Claro que entre los señoritos, todavía, hay muchos capaces de ser señores. ¿Cómo lo vamos a desconocer nosotros? Estos reproches, por definición, no van con ellos. Sí van, en cambio, contra los señoritos típicos: contra los que creen que con un saludo romano en un "bar" pagan por adelantado los esfuerzos con que imaginan que nosotros vamos a asegurarles la plácida ingurgitación de su vhisky.

* * *

  Como aquí no se engaña a nadie, quede bien claro que nosotros, como todos los humanos que se consagran a un esfuerzo, podremos triunfar o fracasar. Pero que si triunfamos no triunfarán con nosotros los "señoritos". El ocioso convidado a la vida sin contribuir en nada a las comunes tareas, es un tipo llamado a desaparecer en toda comunidad bien regida. La Humanidad tiene sobre sus hombros demasiadas cargas para que unos cuantos se consideren exentos de toda obligación. Claro que no todos tienen que hacer las mismas faenas; desde el trabajo manual más humilde hasta la magistratura social de ejemplo y de refinamiento, son muchas las tareas que realizar. Pero hay que realizar alguna. El papel de invitado que no paga lleva camino de extinguirse en el mundo.

  Y eso es lo que queremos nosotros: que se extinga. Para bien de los humildes, que en número de millones llevan una vida infrahumana, a cuyo mejoramiento tenemos que consagrarnos todos. Y para bien de los mismos "señoritos", que, al volver a encontrar digno empleo para sus dotes, recobrarán, rehabilitados, la verdadera jerarquía que malgastaron en demasiadas horas de holganza.

  (F.E., núm. 4, 25 de enero de 1934)

A LOS OBREROS

Vuestros dirigentes, los que se valen de vosotros para encaramarse en los mejores sitios mientras vosotros arrostráis el hambre y las ametralladoras, no quieren que conozcáis nuestras ideas.

  Si nuestras ideas fueran malas para vosotros, nada nos debilitaría tanto como ser conocidos.

  Si predicásemos la tiranía o el desprecio para los obreros, los propios obreros nos rechazarían, y eso saldrían ganando sus actuales jefes.

  No. Por lo que quieren que no nos conozcáis es porque nuestras verdades son claras y fuertes. Cuando Falange Española haga su revolución, se acabarán las hambres y las humillaciones para los obreros, pero también se acabarán los enchufistas.

  Falange Española no es un partido más al servicio del capitalismo. ¡Mienten quienes lo dicen! El capitalismo considera a la producción desde su solo punto de vista, como sistema de enriquecimiento de unos cuantos. Mientras que F.E. considera a la producción como conjunto, como una empresa común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cueste, el bienestar de todos.

  Por eso, F.E. impondrá antes que nada:

  Primero. El Estado sindicalista; es decir, la única forma de Estado en que los Sindicatos obreros intervienen directamente en la legislación y la economía, sin confiar sus intereses a los partidos políticos parasitarios.

  Segundo. La distribución de trabajo remunerado justamente a todos los hombres. ¡No más hombres parados!

  Tercero. El seguro contra el paro forzoso, contra los accidentes y contra la vejez.

  Cuarto. La elevación del tipo de vida del obrero, hasta procurarle no sólo el pan, sino el hogar limpio, el solaz justo y los lugares de esparcimiento que necesita una vida humana.

  Esto no son vanas promesas. Para verlas cumplidas no se detendrá F.E. ante ningún obstáculo, ni vacilará ante ningún privilegio. Nuestro régimen, que es de hermandad y de solidaridad, habrá de exigir cuantos sacrificios hagan falta a los que más tienen en provecho de los que ahora viven de una manera miserable.

  ¡Obreros! Vuestras energías revolucionarias están llenas de brío y de justicia. Lleváis años y años soportando tiranías alternativas: primero, la del capital, que os trataba como a esclavos o como a herramientas; después, la de los líderes, que os usan como peldaños de su medro propio.

  ¡Acabad con toda sumisión! Poned vuestro ímpetu al servicio de la revolución nueva, que es vuestra también, porque es de todos, ¡porque es de España!

  FE, núm. 2, 11 de enero de 1934.

viernes, 8 de octubre de 2010

SOBRE CATALUÑA

  (Discurso pronunciado en el Parlamento el 4 de enero de 1934)

  El señor PRIMO DE RIVERA:

  Este diputado, que no pertenece a ninguna minoría, se cree, por lo mismo, con voz más libre para recabar para sí, y se atrevería a pensar que para todos, esta fiducia: la de cuando nosotros empleamos el nombre de España, y conste que yo no me he unido a ningún grito, hay algo dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a un régimen y muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble, tan grande, tan ilustre y tan querida como la tierra de Cataluña. Yo quisiera que el señor presidente y quisiera que la Cámara separase, si es que admite que alguien faltó a eso, a los que, cuando pasamos por esa coyuntura, pensamos como siempre, sin reservas mentales, en España y nada más que en España; porque España es más que una forma constitucional; porque España es más que una circunstancia histórica; porque España no puede ser nunca nada que se oponga al conjunto de sus tierras y cada una de esas tierras.

  Yo me alegro, en medio de todo ese desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo, en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de España, se mezcló con la noble defensa de la unidad de España una serie de pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.

  Nosotros amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente por eso porque nosotros entendemos que una nación no es –meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino, que una nación es una unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió sus destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fue nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan, no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el patriotismo' de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España.

  Yo aseguro al señor presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España. (Aplausos.)

miércoles, 6 de octubre de 2010

UN EJEMPLO A SEGUIR

DEBUT PARLAMENTARIO DE JOSÉ ANTONIO

  El señor Primo de Rivera interviene, y después de saludar a la Cámara, replica a las palabras del señor Gil Robles manifestando que no comprende eso de dictaduras de izquierdas ni de derechas. Nosotros no queremos divinizar el Estado, sino todo lo contrario. Agregando que ya es bastante absurdo que haya izquierdas y derechas: es mejor un Estado igualitario en que todos se rindan a una unidad de destino, de sacrificio y de lucha (1).
Diario Universal, edición del 21 de diciembre de 1933.
  El señor Primo de Rivera habla brevemente a raíz de la intervención de Prieto. El no ha provocado lo ocurrido. Se han lanzado aquí dicterios contra hombres ausentes y fallecidos. La Comisión de Responsabilidades ha actuado libremente durante tres años para esclarecer las culpas de aquellos hombres. Ha callado, dice. Sólo ha exigido en un proceso famoso que se distinguiera la responsabilidad política de la responsabilidad de gestión.

  Nada se ha podido demostrar contra aquellos hombres. Yo adhiero a la petición del señor Gil Robles. Pido más; pido que se constituya otra Comisión de Responsabilidades, que se juzgue la actuación de aquellos hombres. Y si nada se prueba contra ellos, si queda todo reducido a charlas de periódicos y mentiras del Ateneo, entonces solicito que, como en un Tribunal de Honor, se excluya a todos los que sigan desahogándose con esas calumnias (2).
_____________

(1)
El Sol, edición del 20 de diciembre de 1933.
(2)

martes, 5 de octubre de 2010

¿EUZKADI LIBRE?

Acaso siglos antes de que Colón tropezara con las costas de América pescaron gentes vascas en los bancos de Terranova. Pero los nombres de aquellos precursores posibles se esfumaron en la niebla del tiempo. Cuando empiezan a resonar por los vientos del mundo las eles y las zetas de los nombres vascos es cuando los hombres que las llevan salen a bordo de las naves imperiales de España. En la ruta de España se encuentran los vascos a sí mismos. Aquella raza espléndida, de bellas musculaturas sin empleo y remotos descubrimientos sin gloria, halla su auténtico destino al bautizar con nombres castellanos las tierras que alumbra y transportar barcos en hombros, de mar a mar, sobre espinazos de cordilleras.

Nadie es uno sino cuando pueden existir otros. No es nuestra interna armadura física lo que nos hace ser personas, sino la existencia de otros de los que el ser personas nos diferencia. Esto pasa a los pueblos, a las naciones. La nación no es una realidad geográfica, ni étnica, ni lingüística; es sencillamente una unidad histórica. Un agregado de hombres sobre un trozo de tierra sólo es nación si lo es en función de universalidad, si cumple un destino propio en la Historia; un destino que no es el de los demás. Siempre los demás son quienes nos dicen que somos uno.
 
En la convivencia de los hombres soy el que no es ninguno de los otros. En la convivencia universal, es cada nación lo que no son las otras. Por eso las naciones se determinan desde fuera; se las conoce desde los contornos en que cumplen un propio, diferente, universal destino.

Así es nación España. Se dijera que su destino universal, el que iba a darle el toque mágico de nación, aguardaba el instante de verla unida. Las tres últimas décadas del quince asisten atónitas a los dos logros, que bastarían por su tamaño para llenar un siglo cada uno: apenas se cierra la desunión de los pueblos de España, se abren para España –allá van los almirantes vascos en naves de Castilla– todos los caminos del mundo.

Hoy parece que quiere desandarse la Historia. Euzkadi ha votado su Estatuto. Tal vez lo tenga pronto. Euzkadi va por el camino de su libertad. ¿De su libertad? Piensen los vascos en que la vara de la universal predestinación no les tocó en la frente sino cuando fueron unos con los demás pueblos de España. Ni antes ni después, con llevar siglos y siglos hablando lengua propia y midiendo tantos grados de ángulo facial. Fueron nación (es decir, unidad de historia diferente de las demás), cuando España fue su nación. Ahora quieren escindirla en pedazos. Verán cómo les castiga el Dios de las batallas y de las navegaciones, a quien ofende, como el suicidio, la destrucción de las fuertes y bellas unidades. Los castigará a servidumbre, porque quisieron desordenadamente una falsa libertad. No serán nación (una en lo universal); serán pueblo sin destino en la Historia, condenado a labrar el terruño corto de horizontes, y acaso a atar las redes en otras Tierras Nuevas, sin darse cuenta de que descubre mundos.

(FE., núm. 1, 7 de diciembre de 1933)

LIBERALISMO

Procure usted ser millonario

Se coge de las puntas, entre el índice y el pulgar de cada mano. Se aplica al objeto de observación. ¿Cabe exactamente el objeto en la medida? Entonces está bien. ¿No cabe, o no la llena? Entonces está mal. La cosa no puede ser más sencilla.

Con tal procedimiento ha logrado un periódico de la mañana –admirable, fuera de eso, por mil motivos– juzgar toda suerte de acontecimientos. La medida –la medida que se suspende entre el índice y el pulgar de cada mano– se contiene en estas palabras: "Hay que respetar los derechos individuales." Como se verá, no se trata de ninguna frase cuya aprehensión cueste gran esfuerzo. Pero tiene una virtud maravillosa: una vez adquirida, libra a quien la adquiere, para todo el resto de sus años, de la enojosa necesidad de pensar. Los convencidos por la frase hallan resuelto para siempre el problema de valorar cualquier suceso político. ¿Se han respetado los derechos individuales? El suceso está bien. ¿Se han olvidado los derechos individuales? Él suceso está mal. Dictaduras, revoluciones, leyes..., cuanto de más complejo y profundo da de sí la vida de un pueblo, adquiere transparente simplicidad.

Ahora bien, ¿qué son los derechos individuales?

Imaginemos a un obrero del propio periódico descubridor de la norma. Ese obrero, desde hace varios años, trabaja en una linotipia. Le pagan bien, eso sí, pero el hombre vive sujeto a la linotipia varias horas cada jornada. Junto a la linotipia corre su edad madura. Una mañana, cuando alborea, el obrero –que ha pasado la madrugada frente al teclado de la linotipia– nota que le corre por la frente un sudor frío. Sus ojos comienzan a ver turbio. De pronto se le tuerce la boca en un rictus. Pesadamente cae al suelo. Lo recogen, sobresaltados, varios compañeros de tarea. Está sin sentido. Le mana de la boca tenue hilillo de sangre. Se ha muerto.

El obrero deja viuda y seis hijos, ninguno de edad de trabajar. La viuda recibe un subsidio, más crecido por generosidad de la empresa que por imposición de la ley. Vive unos meses; acaso un año o dos. Pero llega una fecha en que resbala entre los dedos el último duro del subsidio. Ya no hay para comer en la casa. Los chicos palidecen por días. Pronto serán presa propia para la, anemia o la tuberculosis. Y para el odio.

¿Y entonces? Entonces, si la viuda del obrero tiene la fortuna de vivir en un Estado liberal, se encontrará con una Constitución magnífica, que le asegurará todos los derechos. Los famosos "derechos individuales' '. La viuda tendrá libertad para elegir la profesión que le plazca. Nadie le podrá impedir, por ejemplo, que establezca una joyería, o un Banco. También tendrá libertad para escoger su residencia. Podrá morar en Niza, en Deauville o en un palacio en las afueras de Bilbao. Antes se abrirá la tierra que permitir que se le ponga coto a la libre emisión del pensamiento. La viuda será muy dueña de lanzar un rotativo como aquel en que su marido trabajaba. Y como, además, las leyes protegen la libertad religiosa, le estará permitido fundar una secta y abrir una capilla.
Toda esa riqueza jurídica, ¿no conforta a cualquiera? Claro está que la viuda acaso no sienta la comezón urgente de escribir artículos políticos o fundar religiones. Tal vez, por otra parte, tropiece con algún pequeño obstáculo para establecer una fábrica o un gran rotativo, por ejemplo. Pudiera ocurrir que su mayor apremio consistiera en hallar sustento para sí y para sus hijos. Pero eso es, cabalmente, lo que no le proporciona el Estado liberal. Derecho a comer, sí, sin duda alguna. Pero ¿comida?

La pobre viuda tendrá que capitular en la dura pelea. Aceptará lo que le den por coser diez horas a domicilio. Ayunará para que sus hijos se forjen la ilusión de que comen algo. Y mientras, por las noches, en la buhardilla tenebrosa, se queme los ojos sobre las puntadas, no faltarán oradores liberales que preparen párrafos como éste: "Ya no existe la esclavitud. Gracias a nuestras leyes, nadie puede ser forzado a trabajar sino en el oficio que libremente elija."

He aquí cómo el Estado liberal, mero declamador de fórmulas, no sirve para nada cuando más se le necesita. Las leyes lo permiten todo; pero la organización económica, social, no se cuida de que tales permisos puedan concretarse en realidades.

Lector: si vive usted en un Estado liberal procure ser millonario, y guapo, y listo y fuerte. Entonces, sí, lanzados todos a la libre concurrencia, la vida es suya. Tendrá usted rotativa en que ejercitar la libertad de pensamiento, automóviles en que poner en práctica su libertad de locomoción ... ; cuanto usted quiera. ¡Pero ay de los millones y millones de seres mal dotados! Para esos, el Estado liberal es feroz. De todos ellos hará carne de batalla en la implacable pugna económica. Para ellos –sujetos de los derechos más sonoros y más irrealizables– serán el hambre y la miseria.

Eso ya lo ha visto la Humanidad. Por eso, para juzgar los sucesos políticos, exige medidas más profundas que las del rotativo de la mañana. Quiere Estados que no se limiten a decirnos lo que podemos hacer. sino que nos pongan a todos, protegiendo a los débiles, exigiendo sin rencor sacrificios a los poderosos, en condiciones de poder hacerlo. Dos tipos de Estado intentan el logro de tal ambición. Uno es el estado socialista, justo en su punto de arranque, pero esterilizado después, por su concepto materialista de la vida, y por su sentido de lucha entre clases. El otro es un Estado que aspira a la integración de los pueblos, al calor de una fe común. Su nombre empieza con efe. ¿Puede decirse ya?

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

La Nación, 25 de septiembre de 1933.