martes, 16 de noviembre de 2010

UNA OCASIÓN DE ESPAÑA

  El genio permanente de España ha vencido otra vez. Sólo el genio de España. De no ser él, ¿qué hubiera podido oponerse a la revolución antiespañola? Todos los instrumentos normales de defensa habían sido minados concienzudamente por los mismos que anhelaban el golpe. Dos años estuvieron en el Poder. Dos años aprovechados en triturar el Ejército, en carcomer de masones la máquina del Estado, en socavar con propagandas marxistas el ánimo de los llamados a empuñar las armas. Todo se dejó listo para que fallase cuando el ataque viniese desde fuera, movido por los mismos hombres de los dos años. El Estado español se hallaba en las mejores condiciones para ser vencido. Pues, ¿Y la sociedad española? Se dijera que el liberalismo fuera de España no había pasado de ser un lujo intelectual: una especie de broma para los tiempos fáciles. Francia, por ejemplo, la que puso en más eficaz circulación el liberalismo, tiene buen cuidado de arrumbarlo en cuanto las cosas se ponen serias. En Francia no se juega con la Policía –de planta napoleónica–, ni con la Ley –con guillotinas y Guayanas a su servicio–, ni con la patria –guarnecida de implacables consejos de guerra–. El liberalismo sirve para charlar y para tolerar licencias superficiales. Pero en España, no; aquí lo habíamos tomado en serio. Las cosas esenciales estaban indefensas, porque temíamos que el defenderlas demasiado resultara antiliberal. Nuestros políticos vivían en la constante zozobra de pasar por bárbaros si se desviaban de los figurines liberales. Así, como palurdos invitados a una fiesta, se ponían en ridículo a fuerza de exagerar la finura de los modales. Nuestra sociedad se había contagiado del mismo espíritu. Por miedo a aparecer inquisitoriales, todos nos habíamos pasado de europeos. Nadie se atrevía a invocar las cosas profundas y elementales, como la Religión o la Patria, por temor de parecer vulgar. Ni a manifestarse severo contra las fuerzas enemigas. La tolerancia llegó a ser nuestra virtud. De la Santa Inquisición y los maridos calderonianos vinimos a dar en la más ejemplar mansedumbre.

  Así estaba preparada España cuando la anti España marxista y separatista se desencadenó contra ella. Fuera de nuestro islote, joven todavía, ¿qué reducto de defensa se atisbaba? Y, sin embargo, a la hora decisiva afloró del subsuelo de España la corriente multisecular que nunca se extingue. Surgió la vena heroica y militar de España; el genio subterráneo de España; el sentido seno y severo de la vida, apto siempre para volver a mirar las cosas –a vuelta de aparentes frivolidades–, bajo especie de eternidad. Por eso encarnó España, como siempre, bajo vestimentas marciales y en estilos espontáneos y guerrilleros.

  Ahora bien: que nadie trate, ¡legítimamente, de arrogarse el triunfo. ¡Cuidado con ese peligro, que ya está a la vista! Nos amaga una sucesión de parabienes al Gobierno, a los partidos ministeriales, a las gentes de orden... No se nos pase ni por un momento inadvertido lo siguiente: como obedeciendo una consigna, los amigos de la situación gobernante recargan más cada vez el lado SOCIALISTA de la revolución dominada, con lo cual esfuman su matiz ANTINACIONAL. Es decir, oscurecen el sentido nacional de la victoria para que ésta vaya cobrando un sentido ANTISOCIALISTA, BURGUES.

  Toda nuestra vigilancia habrá de montarse contra una interpretación así. Si la lucha hubiera surgido entre proletariado y burguesía, ésta podría invocar ahora, aunque nos doliera, el derecho del vencedor. Pero no han sido ésos los términos en que se planteó la batalla: la batalla se planteó entre lo antinacional y lo nacional, entre la anti España y el genio perenne de España. Este ha vencido; para él, el triunfo, pero no para nadie –clase o partido– que ahora se lo quiera apropiar.

  Se ha vertido en estas fechas demasiada sangre española –sangre popular española– de soldaditos estoicos y alegres, de guardias veteranos y oficiales magníficos, de gentes ligadas a nuestras tierras por una permanencia de generaciones y generaciones, para que todo redunde en el restablecimiento de un orden burgués, con barbacanas de Sindicatos obreros domesticados. No se ha combatido para eso. Nuestros soldados no han muerto por eso, que les es ajeno a los más: han muerto por lo que es de todos: por su España y por nuestra España; por romper esa costra de desaliento y cobardía y abyecta conformidad en que vegetamos.

  No haya perdón para los que quieran malograr el triunfo. Todo un esfuerzo así reclama airadamente que se extraigan las últimas consecuencias. Otra cosa fuera estafar el caudal de sangre y de heroísmo recién descubierto. Si ha triunfado el genio de España hay que entregar el botín y el trofeo al genio de España. Hay que entregar España a su propio genio para que la posea con amor y dolor, para que le devuelva las eternas palabra–, enmudecidas, para que la fecunde, la temple y la alegre. En la madrugada del 7 de octubre, los cañones situados frente a la Generalidad llamaron otra vez –con su vieja voz conocida– al alma profunda de España. Ella respondió trágica y heroicamente. No resulte ahora que fue invocada para una bagatela. No lo tolerarían las sombras de los muertos. Ni lo toleraríamos nosotros...

(Publicado en Libertad, de Valladolid, el 22 de octubre de 1934)