Apenas se anunció la salida de nuestro semanario, la U.G.T. le declaró el "boycott". Todos los obreros del Arte de Imprimir, afiliados a la Casa del Pueblo, recibieron orden terminante de no comprar ni tirar FE ¿Motivos? Se trata, para la Casa del Pueblo, de un semanario fascista. Ahora bien, los obreros de la Casa del Pueblo imprimen periódicos de todas las ideas, hasta las más extremas de la derecha. Los mandarines del socialismo no han implantado esa previa censura ni para las publicaciones tildadas por ellos de cavernícolas. ¿A qué se debe, por tanto, esta preferencia por FE?
La cosa es bien clara: saben bien los magnates del enchufe que sus obreros van a interesarse poco por los principios de extrema derecha. Por eso no les importa que impriman y aun lean los periódicos derechistas. Pero saben también que nuestro movimiento sí que es capaz de ganar el espíritu de los obreros. Los principios que FE defiende son claros, resueltos, integradores. FE quiere una España de todos, levantada sobre la justicia social más severa. Quiere coordinar la riqueza y el trabajo en un sistema armónico, presidido constantemente por la idea de la producción nacional, no por el interés particular de ninguna clase. Cuando triunfen los principios de FE la vida del obrero ya no estará entregada al duro azar de la oferta y de la demanda, ni su defensa encomendada a la mediación de los charlatanes de la política; los Sindicatos constituirán pieza integrante del Estado mismo, y el bienestar obrero será visto por el Estado como apremiante finalidad propia. Esto no es una fantasía para la propaganda. Europa entera sabe que el obrero italiano y el obrero alemán han logrado los niveles más altos de ventaja económica, seguridad en el empleo y consideración civil. Lo mismo logrará el obrero español cuando triunfe nuestra Falange. ¿Cómo, pues, va a permitir la Casa del Pueblo que estas verdades se difundan? Los jefes socialistas necesitan tener a sus obreros bien aislados por una gruesa capa de embustes. Tienen que hacer creer a los obreros que el fascismo es un régimen de tiranía. El día en que los obreros sepan la verdad, se les han acabado a sus jefes los automóviles brillantes, los sueldos pingües y las plazas de consejeros en Compañías multimillonarias. ¡A cualquier hora permiten eso los "compañeros" líderes!
Naturalmente, prohibieron la salida de FE. Y, naturalmente, los pobres trabajadores que ellos embaucan se negaron a componerla, convencidos de que boicoteaban una abominable publicación, instrumento de la tiránica burguesía.
Pero FE se compuso
¡Claro que se compuso! Ninguno de nosotros podrá olvidar la emoción de este número primero. A las cuatro de la tarde del martes 5 de diciembre nos encerramos en el taller. Para nosotros, los más de los redactores , era una emoción nueva la de componer una página. Hay un goce casi divino en esto de reducir a norma, a dibujo, a medida, todo un confuso caos de planchas, renglones aún calientes de la linotipia y caracteres sueltos. Nuestras manos se ennegrecían con la tinta y el plomo. Pero en su torpe aprendizaje iban acompañadas por manos seguras, por manos fuertes, por manos expertas. Las de los admirables obreros de este taller donde FE se imprime. Toda gratitud es poca para su pericia, su diligencia y su paciencia. Hombres de firmes nervios populares iban dando a las máquinas, sin dilación y sin premura, el original que les entregábamos nosotros. Parte hubo de escribirse allí mismo, casi de pie, con las cuartillas apoyadas en el pico de una platina.
A las seis de la tarde vimos la prueba de la primera página, con el alegre grito de sus dos iniciales. Todos la miramos con emoción suspensa, como a un recién nacido. Aún estaba fresca la tinta y fragante el papel, con ese olor incitante de las imprentas.
A las diez de la noche salieron de la prensa, concluidos, los cinco primeros ejemplares.
Estado de prevención
– Estos cinco ejemplares –nos advirtieron– hay que llevarlos al Gobierno civil. Rige el estado de prevención y ninguna revista puede salir a la calle sin que la selle el Gobierno, por lo menos, con dos horas de anticipación.
Volamos hacia el Gobierno civil. Sus puertas estaban cerradas. Después de golpear un rato nos abrió un guardia de seguridad con la tercerola apercibida.
– Venimos a presentar estos ejemplares de un periódico que se publica pasado mañana.
– Ya no puede ser. La oficina de Prensa se cerró a las nueve.
Desolación. Era imposible empezar la tirada. ¡Y nosotros que necesitábamos contar los minutos como monedas de oro para que las máquinas rotoplanas abastecieran a tiempo los correos de provincias Preguntamos:
– ¿A qué hora se abre la oficina por la mañana?
– A las cinco. Pero es para los periódicos de la mañana nada más.
– Bien; volveremos, por si acaso.
Eran las once. ¡Seis horas de espera y. de inactividad, con la angustia de perder los correos del día siguiente! Pero era inútil la lamentación. No había más que esperar, y esperar en vela. Nadie pensaba en acostarse.
Intermedio nocturno
Pocos saben lo que duran seis horas en Madrid de noche, bajo un diluvio, y cerrados por la huelga de camareros todos los refugios posibles.
Las luces de las calles se esfumaban con calidad lechosa en la neblina. Llovía sin cesar. Todo era de charol por las calles. Cada vez rodaban menos coches. Ya hacia las cuatro, en el silencio, se anunciaba cada uno desde muy lejos con una especie de tétrico zumbido. Luego cortaba la niebla como un fantasma. Nosotros ambulábamos, altos los cuellos de los abrigos, insensibles al frío y a la lluvia. Si en algún momento escampaba, nos era imposible contener el júbilo de releer, por la vez centésima, bajo un farol, los ejemplares destinados al Gobierno civil. Ya eran obsesiones para nosotros las erratas más leves. Pero, en cambio, el ver aquellas páginas, y tocarlas, y volverlas a leer, nos deparaba el gozo inagotable que depara la carta de una novia.
Las cinco, las siete, las once
A las cinco subimos al Gobierno civil. Un funcionario, amabilísimo, se sobresalta al ver nuestra revista. No esperaba, a las cinco de la mañana, tal desayuno.
– Pero esto –nos dice– es un periódico nuevo.
– Sí.
– ¿Diario?
– No; semanal.
– Entonces, no se puede presentar hasta las once de la mañana.
¡Hasta las once! Eso equivale a perder todos los correos del miércoles. La cosa tiene caracteres de catástrofe. Nuestra elocuencia busca los acentos más humildes para convencer al jefe de servicio. Pero él teme, sin duda, que FE esconda en sus páginas cosas tremendas. Nos dice.
– Los periódicos nuevos tiene que verlos el propio señor Gobernador. Es imposible despacharles ahora.
Probamos por última vez.
– ¿'Y si nos hiciera usted el favor de leer el número? 'Ya calculará que, en estado de prevención, hemos tenido buen cuidado en hacerlo de una suavidad irreprochable. Usted tiene experiencia de sobra para poder adivinar lo que va a parecerle al señor Gobernador. Si lo lee y le parece probable que se autorice, empezaremos a tirar por la mañana, aunque prometemos, naturalmente, que no saldrá un ejemplar solo mientras no obtengamos la licencia.
– Bueno –dice al fin, complaciente, el señor de la ventanilla–. Vuelvan a las siete.
Dos horas más de errar por las calles. Volvemos a las siete.
– Pueden ustedes empezar a tirar –se nos dice–. Pero vuelvan a las once, hasta esa hora no se les puede sellar el número.
Amanece fuera y amanece en nosotros. Corremos a la imprenta. Empiezan a cantar las máquinas. A las once y minutos llega del Gobierno civil el número sellado. Cantas las máquinas todo el día. La afirmación enérgica de la primera plana se repite miles de veces: FE, FE, FE.
La noche del miércoles al jueves, ya dormimos.
El número, denunciado
El jueves, a las seis de la mañana, suena el teléfono en casa de nuestro director.
– Sí. ¿Qué ocurre?
– Ha venido la Policía. El fiscal ha denunciado dos de los artículos y el juez ha mandado recoger la tirada.
– ¿Cuántos ejemplares hay hechos?
– Veinte mil.
Catástrofe. Veinte mil ejemplares perdidos. Jueves ya. Ni un ejemplar, por tanto, a la venta. Nuestro director vacila un minuto y dice en seguida:
– Que retiren los dos artículos denunciados y empiecen a tirar otra vez. Voy para allá.
Los admirables obreros de la imprenta descomponen otra vez las planas, regletean artículos, reducen los huecos, llenan con anuncios de la propia revista los blancos que quedan. Otra vez se empieza a tirar.
En la calle.
Nuestros muchachos de la Falange están en la calle disciplinadamente desde primera hora para proteger la venta de FE. Los socialistas también han prohibido que el periódico se venda. Ellos y los comunistas han anunciado que impedirán la venta airadamente. No llegará la sangre al río. Pero, previsores, los mozos que participan en el espíritu de nuestra Falange están en la calle desde temprano.
Se esperaba que saliera el periódico a las once. Dan las once, las doce, las doce y media y el periódico no sale. Nuestros muchachos dan prueba de la mejor disciplina: no se impacientan, ni murmuran, ni desconfían de quienes les han dado las órdenes. Comprenden que ha pasado algo fortuito. Y permanecen en sus puestos.
A las once y cinco minutos se ha presentado el nuevo número, sin los artículos denunciados, al Gobierno civil. Manda la ley que entre la presentación y la salida transcurran dos horas. A la una y cinco minutos, en punto, invade las calles nuestro grito: iFE! IFE!
El público arrebata los ejemplares. Sujetos sospechosos miran de soslayo a los vendedores. Pero la debilidad de los vendedores va protegida por la fortaleza serena de nuestros muchachos. No ocurre el menor incidente. La edición se agota en pocos minutos.
El viernes, por la noche, se vendió una segunda edición. Alcanzó su mayor éxito en Cuatro Caminos. Mal día para los magnates del enchufe. ¡Ya verán en cuanto los trabajadores nos conozcan y los conozcamos!
En la Puerta del Sol, unos grupos de jóvenes comunistas, preparados desde mucho antes, se lanzaron sobre algunos voceadores. Los muchachos de FE intervinieron de modo severo y resuelto. Los otros abandonaron el campo, después de llevar su merecido. No hubo un ejemplar del periódico quemado ni roto.
Final
Ya está FE en la calle irrevocablemente. Contra todas las amenazas, contra todas las persecuciones, contra todos los engorros burocráticos.
Gracias a todos.
A los recios obreros que se esforzaron en imprimirlo, desdeñosos para las bravatas. Ellos recibirán como premio, más adelante, la seguridad de haber contribuido a que se divulgue una verdad que ha de proporcionar a los obreros las ventajas mayores.
A los firmes muchachos que protegieron la venta, valerosos y exactos, ni asequibles a la fatiga ni excesivos en el rigor. Ellos recabarán para sí el honor de haber formado la vanguardia cuando una, España, también fuerte y alegre, vuelva a encender la fe del mundo.
A quienes mandaron a esos muchachos y fueron para su mocedad espejo de valor sereno y de confiada disciplina. Para ellos, el laurel futuro que ganan en los trances de guerra quienes encauzan el valor en precisos taludes de inteligencia.
A los vendedores impávidos.
Y, si os parece, a nosotros, los que dimos al primer número y daremos, si Dios quiere, a los demás, nuestra fatiga.
Ya está aquí FE. La Falange. Y ahora, todos unidos resueltamente en ella, con el brazo en alto, ¡por España, adelante! ¡Arriba España!
FE, núm. 2, 11 de enero de 1934.