Más grave que todo lo que está aconteciendo en estos días es la marcha vertiginosa de los partidos separatistas catalanes hacia el recobro de su absoluto predominio y, quizá más grave que eso, la indiferencia española ante el fenómeno.
No es que parezca como si no se hubiera producido el 6 de octubre; es que parece –y es– que ha triunfado el 6 de octubre. Aquel 6 de octubre en que se gritó: "¡Catalanes, a las armas!" contra España.
Los mismos nombres en el Poder. Y aclamaciones frenéticas por las calles para quienes simbolizan la muerte de oficiales y soldados que salieron a las calles de Barcelona en defensa de la unidad.
En el frenesí de la multitud apiñada en torno a Companys, ni un "¡Viva España!" se ha escapado. Todo ha sido vivas a Cataluña y a la República, proferidos con el designio patente de eludir la pronunciación del odiado nombre de, España. De igual manera se eludirá el pronunciado en la formación de la infancia catalana, ya en camino de ser entregada por entero a manos separatistas. Ni siquiera se guardará para España un silencio de extranjería, sino que se empleará el más cauto rencor en extirpar del alma de los niños eso que llaman los separatistas el asimilismo español.
Sean cuales sean los requerimientos de la hora, no neguemos ni un instante de desvelos a esta terrible inminencia de Cataluña.
De la tierra española de Cataluña, que por nada, cueste lo que cueste, nos avendremos a perder.
(Arriba, núm. 34, 5 de marzo de 1936)