LAS DERECHAS, EN BABIA.–EL GOBIERNO, PERPLEJO.–EL MARXISMO, A LA VISTA.–MIENTRAS TANTO, ADELANTE CON LA EUFORIA!
Reaparecemos. Es decir, ¿reaparecemos? Nadie nos lo puede decir en el instante de trazar estas líneas. Aún rige el estado de prevención: este número ha de ser presentado en el Gobierno Civil dos horas antes de la salida. En esas dos horas, visto con lupa, puede revelar el periódico cosas delictivas que aviven el celo del gobernador, del fiscal y del juez de guardia. Así, es muy probable que el número entero sea recogido por la policía. Con ello se evitará el Gobierno un motivo de inquietud. Para este inefable Gobierno que nos disfrutamos hay una fórmula admirable con que mantener la paz pública: consiste en repartir los palos entre los que delinquen y sus adversarios, por pasivos que éstos permanezcan. Cuidando, eso sí, de que los palos caigan más moderadamente del lado de quienes son tenidos por más peligrosos, aunque sean los más culpables.
Así, el temor de una revolución socialista –proclamado en el mismo Parlamento– no ha llevado al ministro de la Gobernación a ordenar registros en las Casa del Pueblo –donde se sospecha que haya arsenales– ni a fiscalizar seriamente la actividad de muchos agitadores destacados, sino a compensar las leves medidas tomadas contra ellos con la suspensión de F.E. y de la revista J.0.N.S., con la clausura pertinaz de todos nuestros centros y con el encarcelamiento de muchos camaradas, no sólo no agresores, sino patentemente agredidos.
Este es el genio político de quienes imaginan gobernarnos. ¡Adelante con la euforia!
LAS DERECHAS, EN BABIA
En el primer número de F.E. quisimos publicar un artículo titulado "La victoria sin alas". El señor fiscal lo denunció, él sabrá por qué. En el segundo número afirmamos la misma tesis en otro titulado "Victorias inútiles". A los seis meses de experiencia, ¿no hay motivo para que nos ufanemos de haber visto claro? La victoria electoral de las derechas no ha servido para nada. Era una victoria sin fe: fue el resultado de una suma de todos los egoísmos ante el peligro de una revolución. Se obtuvo mediante toda suerte de pactos y de argucias; en muchas provincias fueron aliadas las derechas católicas con masones conspicuos afiliados al partido radical; en otras muchas se estimuló por todos los medios la abstención electoral de los n–úlitantes de la C.N.T. Triunfó la maña y el dinero, no triunfó el espíritu. Y sin espíritu no se hace nada, diga lo que diga el señor Gil Robles, genio de lo prosaico. En política, como en deporte, es muy fácil alcanzar las marcas corrientes; pero desde ellas a los logros inasequibles hay una distancia de centímetros o de segundos sólo superable por los elegidos. El señor Gil Robles, a quien alguien llamó prematuramente "atleta vencedor", ha sabido hacer, de prisa, el recorrido de los buenos gimnasias de serie; ¡pero nunca, nunca, logrará la gracia y la alegría del último esfuerzo, que es el que depara el campeonato!
De esta manera las derechas gubernamentales fofas, confusas, faltas de fervor y de claridad, desmayan en el Parlamento, no obstante sus reiteradas afirmaciones de adhesión al régimen, reducidas al triste papel de llevar la cola a la minoría superviviente del partido radical.
EL GOBIERNO, PERPLEJO
¿Y el Gobierno, entretanto? Pero, ¿hay Gobierno? Véase, por ejemplo, el caso de la Generalidad de Cataluña. El Gobierno, con dudosa prudencia, impugnó ante el Tribunal de Garantías una Ley de Cultivos votada por el Parlamento catalán. El Tribunal la anuló. Pero la Generalidad declaró abiertamente que menospreciaba la sentencia del Tribunal. ¿Qué hizo entonces el Gobierno? Por extraño que parezca, el Gobierno no hizo nada; dio a entender, sibilinamente, que tenía una fórmula: primero, la fórmula era jurídica; luego, al parecer, se transformó en fórmula gubernamental. Lo cierto, con todo, es que la fórmula no existía. El silencio del señor Samper era un silencio de esfinge sin secreto. Cuando, ante el Parlamento, fue imposible aplazar más el que se hablara del problema de Cataluña, el señor Samper rogó que la discusión fuera aplazada, porque corría prisa aprobar los presupuestos. Ahora, al cabo de tres semanas, el Gobierno obtiene un voto de confianza de las Cortes para resolver el problema de Cataluña. Cuando hay confianza da gusto. Pero si a alguien que no sabe tocar el piano le dan un voto de confianza para que lo toque, ¿saldrá bajo sus dedos, por la simple virtud de esa confianza, la Novena Sinfonía?
EL MARXISMO, A LA VISTA
Y mientras el Gobierno divaga, ¡otra vez la revolución!, pero no la revolución verdadera, la integradora, la española que nosotros queremos a todo trance, sino la de facción y secta, antiespañola, materialista, marxista.
Nadie ignora que en el partido socialista se dibuja una disidencia: a un lado, los socialistas no marxistas, ideólogos de una organización social más justa, pero ni partidarios de una subvención violenta ni desprendidos del sentido espiritual nacional; a otro lado los puros marxistas, áridos, fríos, rencorosos, entre cuyas manos el Poder sería una reproducción satánica de la tiranía rusa. Ni Dios, ni Patria, ni pudor, ni familia, ni creación personal en el arte. Como en Rusia.
Esta ala del socialismo va siendo cada vez más fuerte y va ganando a las juventudes. Ya tiene nutridísimos repuestos de armas. Se encuadra, además, en milicias. Una mística del marxismo revolucionario extirpa las últimas raíces españolas en el alma de esas juventudes. La revolución, de tipo ruso, se prepara.
Y mientras tanto, el Gobierno suspende F.E. y J.0.N.S., cierra nuestros centros, nos encarcela y nos multa. Pero con los marxistas, ¡nada! Algún simulacro de persecución; ningún indicio resuelto de combate. La policía sabe dónde hay depósitos de armas, mucho más importantes que los descubiertos; al parecer se ha considerado táctico no descubrirlos.
Para un Estado de tipo liberal lo accidental es siempre lo que prevalece. Por eso no combate, sino que esquiva. No cree tener razón y por eso no acomete resueltamente a los que quieren derribarlo. Se limita a agotar su languidez como si fuera vida.
LLAMADA
Este es el panorama de nuestra España hoy: unas derechas blandas, un Gobierno vacilante y la anti-España a marchas forzadas sobre lo que queda. Marxismo, separatismo. La anti-España, en suma.
Pero ¡no pasarán! Contra todas las indiferencias, contra todas las inasistencias, frente a todos los peligros, en vida y en muerte, las firmes escuadras nacionalsindicalistas recorrerán a España de punta a punta, multiplicarán sus toques de alarma, y no darán paz a los asaltantes ni a los traidores.
(F.E.,